El profeta Habacuc escribió palabras relevantes de verdad cuando dijo en el primer capítulo de su profecía:

Destrucción y violencia están delante de mí,
y pleito y contienda se levantan.
Por lo cual la ley es debilitada,
y el juicio no sale según la verdad;
por cuanto el impío asedia al justo,
por eso sale torcida la justicia. (Habacuc 1:3-4)

El escritor de esas palabras murió hace siglos, pero, ah, ¡cómo sus palabras siguen vivas! Si usted tiene incluso el más ligero conocimiento de lo que está sucediendo en el mundo que nos rodea, usted sabe lo actuales que son estas palabras en realidad.

¿Alguna vez se ha quedado asombrado por la forma en que se tergiversan y alteran las leyes? ¿Alguna vez ha visto tal perversión de la justicia como en la última década?

El criminal es ahora el héroe, tristemente malentendido y maltratado. La víctima es el sádico egocéntrico que decide entablar pleito judicial porque piensa que derecho le asiste, es arrogante o está confundido. Los hechos crudos y fríos se suavizan e inclinan gracias al ingenio semántico de astutos peones políticos. Las cortes ahora se parecen a escenarios en donde hay actores que se pelean por papeles de protagonistas, en lugar de ser una cámara digna de ley y orden. A jueces y jurados se puede comprar, sobornar, inclinar o seducir, si se les da suficiente tiempo en la olla de presión de la legislación. Los miembros del jurado, que en un tiempo solían ser anónimos y escudados en el nombre de la justicia y objetividad, ahora aparecen en programas de entrevistas.

¿Recuerda el encantador cuento infantil de Caperucita Roja? Pues bien, si ese escenario tuviera lugar hoy, esto es lo que probablemente sucedería:

Después de que el heroico leñador rescató a Caperucita Roja matando al lobo, que ya se había almorzado a la abuela y luego trató de matar a Caperucita Roja, hubo una investigación. Con eso, ciertos “hechos” emergieron. Primero, al lobo, antes de su ejecución, no se le había informado de sus derechos legales. Entonces una organización de libertades civiles entra en el cuadro, manteniendo que, “aunque el hecho de matar y comerse a la vieja pudiera haber sido de mal gusto,” en realidad el lobo hambriento y necesitado estaba meramente “haciendo lo suyo” y por consiguiente no merecía la muerte.

En base a esto, el juez decidiría que no hay base legal para acusar al lobo; por consiguiente, el leñador sería culpable de ataque injustificado con arma mortal. Entonces lo arrestarían, le seguirían juicio, lo declararían culpable, y lo sentenciarían a 99 años de cárcel sin apelación.

Un año después de la fecha del incidente de la abuela, su casa sería dedicada como santuario para el lobo que se había desangrado y muerto allí. Colocarían coronas de flores en memoria del valiente lobo que murió como mártir, llevadas incluso por la misma Caperucita Roja, que explicaría que aunque estaba agradecida por la intervención de leñador, en retrospectiva ella se daba cuenta de que él había reaccionado con exageración. No habría ni un solo ojo seco en todo el bosque.

Si esto no fuera un cuadro tan trágico y verdadero, sería divertido. Pero, francamente, no me estoy riendo. La injusticia no es nada de cómico.

Adaptado de Charles R. Swindoll, “Injustice” (“Injusticia”) en The Finishing Touch: Becoming God’s Masterpiece (Dallas: Word, 1994), 298-299. Copyright © 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados todos los derechos.