En su libro, Fully Human, Fully Alive ( Completamente humano, completamente vivo), el autor John Powell relata una experiencia que le sucedió a uno de sus amigos durante unas vacaciones en las Bahamas. Durante uno de sus paseos, notó que mucha gente se aglomeraba en el muelle. La curiosidad le ganó y decidió ir a investigar de qué se trataba la conmoción. Powell describe la escena:

. . . Mi amigo se dio cuenta que todas las miradas se posaban en un joven que estaba realizando sus últimos arreglos antes de zarpar solo en un viaje alrededor del mundo, en un bote pequeño. No había nadie en el muelle que no se sintiera pesimista acerca del objetivo del muchacho. Es más, ellos sentían la necesidad de enumerarle todas las cosas que podían salir mal. “¡El sol te va ASAR!”. “Se te va a acabar la comida”. “Esa barca no podrá resistir las olas en una tormenta”. Y no podía faltar la frase: “No lo lograrás.”

Cuando mi amigo escuchó todas esas frases desalentadoras, sintió un deseo irresistible de animarlo con algo de optimismo. Mientras la pequeña nave se alejaba del muelle, mi amigo se acercó a la orilla y levantando sus manos empezó a gritar: “¡BUEN VIAJE! ¡Eres increíble! ¡Estamos contigo! ¡Nos sentimos orgullosos de ti!”

Si usted hubiese estado allí mientras ese joven zarpaba, ¿cuál posición hubiera tomado? Sea honesto.

Sin duda, la mayoría de nosotros, nos hubiésemos fijado más en el peligro que en la aventura. Casi todos nos preocuparíamos más por las dificultades que por la diversión, los descubrimientos y las grandes oportunidades que le esperaban al muchacho. Son muy pocos los que logran ver más allá del peligro. Son muy pocos los que le dicen a los aventureros, “¡Vamos, adelante!”

Supongo que tiene que ver con la capacidad individual de imaginar lo invisible, aun a pesar de las dificultades a nuestro alrededor.

Estoy seguro que una de las razones por las que los alpinistas se mantienen unidos con una cuerda es para evitar que el último se regrese a su casa. Aquellos que van al frente no piensan en ello pero los que van atrás tienen que lidiar con tales decisiones.

Recientemente, he estado meditando y me alegra que ciertos visionarios rehusaran escuchar a la multitud del muelle. Me alegra que. . .

  • Tomás Edison no desistió en inventar el bombillo.
  • Martín Lutero no se retractó.
  • Miguel Ángel siguió pintando.

Usted puede seguir agregando nombres a esa lista. Quizás, usted mismo pertenezca en ella.

Casi todo los días, nos encontramos con personas que se encuentran en su propia barca, pensando en zarpar a la aventura. Pueden ser amigos, compañeros, colegas, vecinos o familiares. El océano de posibilidades es muy atractivo pero a la vez muy amenazador. ¡Anímelos! Gríteles que son increíbles; que usted está orgulloso de ellos. Atrévase a decirles lo que ellos necesitan oír: “¡Vamos, adelante!” Pero una vez que lo haga, no olvide orar por ellos.

¿Cuánto se podría alcanzar si hubiese más personas optimistas animándonos en el muelle?