Hechos 5: 29—32; 8: 1—3

Esto es algo que no debemos olvidar cuando estudiamos la vida de un hombre al que llamaban Pablo. También debemos prepararnos para algunas sorpresas. El primer retrato escrito de Pablo (a quién conocemos como Saulo de Tarso) es brutal y sangriento. Si un pintor lo retratara en un óleo, ninguno de nosotros quisiera tener ese cuadro en nuestra sala, porque el hombre se parece más a un terrorista que a un devoto seguidor del judaísmo. Para horror nuestro, la sangre del primer mártir salpica la ropa de Saulo mientras está de pie consintiendo, como cómplice en el terrible asesinato.

Toda nuestra vida hemos adoptado por naturaleza una imagen mental cristianizada del apóstol Pablo. Después de todo, él es quien nos dio las dos epístolas a los Corintios. Escribió Romanos, La Carta Magna de la vida cristiana. También escribió la liberadora carta a los Gálatas exhortando tanto a ellos como a nosotros a vivir en la libertad que da la gracia de Dios. Asimismo escribió las cartas carcelarias y las pastorales, tan llenas de sabiduría, tan importantes por su riqueza. Basado en todo eso, usted pensaría que ese hombre amo al Señor desde su nacimiento. ¡Qué va!

Pablo detestaba el nombre de Jesús. Tanto así, que se convirtió en un agresor declarado y violento, persiguiendo y asesinando a cristianos por lealtad al Dios del cielo. Aunque pueda parecer espantoso, no debemos olvidar nunca el infierno de donde vino, puesto que cuanto más entendamos su tenebroso pasado, más comprenderemos su profundo agradecimiento por la gracia.

El primer retrato de la vida de Pablo que aparece en las sagradas escrituras no es el de un pequeño bebé amorosamente sostenido en los brazos de su madre. Tampoco es el de un muchacho judío saltando y retozando con sus compañeros por las estrechas calles de Tarso. El retrato no es tampoco el de un joven e inteligente estudiante de la ley sentado fielmente a los pies de Gamaliel. Esas imágenes solo nos harían pensar erróneamente que tuvo un pasado como de cuento de hadas. Más bien, lo conocemos por primera vez simplemente como «un joven que se llamaba Saulo» que fue partidario del terrible asesinato de Esteban, y que estando de pie «consentía en su muerte» (Hechos 7: 58; 8: 1).

Ese es el Pablo qué necesitamos ver para apreciar en verdad las gloriosas verdades de las epístolas del Nuevo Testamento que escribió. No es de extrañar que después llegara a ser conocido como el «Apóstol de la gracia».

Adaptado del libro, Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.