Hebreos 9:27; Apocalipsis 20

El “libro de la vida” es un concepto del Nuevo Testamento que tiene raíces profundas en el Antiguo Testamento (Éxodo 32:32-33; Daniel 12:12; Malaquías 3:16). Los creyentes durante los tiempos del Antiguo Testamento eran salvados por gracia, por fe, al honrar el antiguo pacto. Cuando Jesús inició el nuevo pacto les dijo a los discípulos: “regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lucas 10:20). Pablo animó a los creyentes con un recordatorio de que sus nombres estaban escritos en el libro de la vida junto con los de otros siervos fieles de Jesús (Filipenses 4:3), y el autor de Hebreos declaró que la iglesia se compone de los “que están inscritos en los cielos” (Hebreos 12:23).

A fin de que el nombre de alguien conste en el libro de la vida, ese individuo debe rechazar la noción de que su propia justicia bastará. Como el apóstol Pablo escribió: “el hombre [o mujer] no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado” (Gálatas 2:16). Los creyentes, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida, nunca son juzgados por sus obras ni estarán presentes en el juicio ante el gran trono blanco.

Apocalipsis 20:12 nos dice que hay otro conjunto de libros que registran las obras buenas y malas de toda persona.

Al fin del tiempo como tiempo, cada persona será juzgada por el contenido, bien sea del libro de la vida o del conjunto de libros que registraron sus obras. Toda persona tiene la opción de rechazar el libro de la vida y con eso hacer que su vida sea juzgada por las obras anotadas en los otros libros. Si todo lo que tiene allí son buenas obras, sin que haya absolutamente ningún pecado, esa persona será digna del cielo. Sin embargo, el estándar de Dios es completa perfección moral. Si Dios halla apenas un pecado registrado allí, por pequeño que sea, la sentencia será una eternidad de sufrimiento en el lago de fuego. Nadie, excepto el Hijo de Dios, jamás ha vivido sin pecar (2 Corintios 5:21). Y debido a que todos somos seres humanos con naturaleza depravadas, viviendo en un mundo caído, nadie jamás lo logrará (Romanos 3:23).

Felizmente tenemos la oportunidad hoy de escoger cuál historial se usará al fin del tiempo. Sin embargo, cuando morimos, ya será demasiado tarde. Cuando los seres humanos comparezcan delante de Dios, los creyentes para recibir recompensas y los no creyentes en el juicio ante el gran trono blanco para recibir castigo, Dios simplemente estará extendiendo las consecuencias de la decisión que tomamos mientras estábamos en la tierra.

¿Cómo recibimos la vida eterna? Una palabra: Cristo.

Y, ¿cuándo debemos tomar esa decisión? De nuevo, una palabra: Ahora.

El propósito de Juan al describir el juicio ante el gran trono blanco es claro. Con escalofriante sencillez y candor revela las consecuencias eternas de rechazar la dádiva divina de salvación por gracia y por fe en Jesucristo. Esta decisión no hay que posponerla, porque la vida de cualquiera puede terminar antes de que salga el sol mañana. En el momento de la muerte del individuo, la decisión que ha tomado quedará sellada para siempre.

Escoja sabiamente.

Adaptado de Revelation—Unveiling the End, Act 3: The Final Curtain Bible Companion (Plano, Tex.: IFL Publishing House, 2007). Usado con permiso.