El finado entrenador y estratega deportivo Vince Lombardi era un fanático de lo fundamental. Los que jugaron fútbol americano bajo su liderazgo a menudo hablaban de su intensidad, su empuje y su entusiasmo sin fin por la esencia del juego. Vez tras vez volvía a las técnicas básicas de bloquear y atajar. En una ocasión, su equipo, los Empacadores de Green Bay, en el estado de Wisconsin, perdieron ante un equipo inferior. Ya era malo el hecho de perder. . .pero perder ante ese equipo era absolutamente inexcusable. El entrenador Lombardi convocó una práctica la mañana siguiente. Los hombres se quedaron sentados en silencio, pareciendo más como cachorros maltratados que un equipo de campeones. No tenían ni idea de qué esperar del hombre a quien más temían.

Con las mandíbulas apretadas y casi perforando con la mirada a un deportista tras otro, Lombardi empezó:

“Pues bien, esta mañana volvemos a lo básico.”

Levantando una pelota bien en alto para que todas la vieran, continuó gritando:

“Caballeros, ¡esto es una pelota!”

¿Cuán básico puede ser uno? Allí tenía él sentados a jugadores que habían estado jugando en las ligas mayores quince o veinte años . . . que sabían jugadas ofensivas o defensivas mejor que lo que sabían los nombres de sus hijos . . . ¡y él les presenta a una pelota! Eso es como decir: “Maestro de orquestra, esta es una batuta”; o: “Bibliotecaria, esto es un libro.” O “Marino, esto es un rifle.” O, “Madre, esto es una sartén.” O sea, él hablaba de lo obvio.

¿Por qué peregrina razón un experimentado entrenador les habla a atletas profesionales de esa manera? Evidentemente, funcionó, porque no todos los entrenadores dirigen a su equipo a tres campeonatos mundiales consecutivos todos los días. Pero, ¿cómo? Lombardi operaba con una filosofía muy sencilla. Estaba convencido de que la excelencia se puede lograr mejor al perfeccionar lo elemental del deporte. Jugadas atrevidas y arriesgadas, que entusiasman al público, llenan un estadio (por un tiempo) e incluso ganan algunos partidos (ocasionalmente), pero en el análisis final, los triunfadores consistentes son los equipos que juegan el deporte de manera inteligente, con la cabeza alta y con perseverancia. ¿Su estrategia? Conoce tu posición. Aprende cómo hacerlo bien. ¡Y luego hazlo con todas tus fuerzas! Ese plan sencillo puso a Green Bay, Wisconsin, en el mapa. Antes de la llegada de Lombardi, era simplemente un pueblito desolado.

Lo que funciona en un deporte también sirve en la iglesia. Pero en las filas del cristianismo, es muy fácil confundirse un poco. Corrección: confundirse mucho. Hoy cuando uno dice “iglesia”, es como ordenar un helado: hay 35 sabores entre los cuales escoger. Hay para escoger expertos conferencistas, encantadores de serpientes, prima donas, pensadores positivos y promotores de autorrealización. También hay a su disposición bandas roqueras con luces de colores, “sacerdotes” encapuchados y con cuchillos ensangrentados, cabezas rapadas con flores lindas, o deslumbrantes actores con filas de sanidad. Y si eso no les satisface, busque su favorito “ismo” y con certeza lo hallará: humanismo, liberalismo, calvinismo extremo, activismo político, anticomunismo, espiritismo sobrenatural o fundamentalismo agresivo.

¡Pero, espere! ¿Qué es lo absolutamente básico de la iglesia cristiana? ¿Cuál es la tarea fundamental de una asamblea local orientada según la Biblia? Filtrando todo lo que no es esencial, ¿qué queda?

Escuchemos al entrenador. Dios nos dice que tenemos cuatro prioridades principales a fin de que podamos llamarnos iglesia:

Enseñanza . . . comunión . . . partimiento del pan . . . oraciones (Hechos 2:42).

A estas cuatro disciplinas debemos dedicarnos continuamente. Las iglesias sólidas, equilibradas, “triunfadoras” perseveran en la tarea de perfeccionar esas cosas básicas. Estas forman el aspecto del qué de la iglesia.

El cómo es igualmente importante. De nuevo, el entrenador se dirige al equipo. Declara que la iglesia que hace su trabajo se dedica a:

Perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo (Efesios 4:12).

“Oiga, eso es fácil,” dice usted. “¿Cuán sencillo puede ser uno?” pregunta usted. ¿Está listo para una sorpresa? El trabajo más difícil que usted puede imaginarse es mantener estas asignaciones básicas. La mayoría no tiene ni idea de lo fácil que es dejar lo esencial y participar en otras actividades.

Créame; hay un aluvión continuo de peticiones de parte de fuentes buenas, beneficiosas y útiles, para usar el púlpito como plataforma para su causa. Repito: buenas y beneficiosas pero no esenciales . . . pues estas no están relacionadas directamente con nuestro propósito básico: la interpretación, exposición, y aplicación de las Sagradas Escrituras con pertinencia, entusiasmo, claridad y convicción. Primero y primordialmente, de eso es de lo que se ocupa el ministerio de púlpito.

Pero las iglesias que hacen eso son muy raras en nuestra tierra. Hace que uno quiera ponerse de pie y decir:

“Damas y caballeros, ¡esto es una Biblia!”

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