¿Se ha dado cuenta cómo la gente a nuestro alrededor piensa que los cristianos estamos un poquito locos? Si usted se la pasa conviviendo solamente con creyentes, puede ser que no lo note o se le haya olvidado la opinión que sus amistades incrédulas tenían o tienen de usted. Pero le reto a que escuche las noticias por radio o televisión, lea un blog de política o mire alguna película para darse cuenta del estereotipo que el mundo tiene de un cristiano.

Según la opinión secular, los cristianos son intolerantes y poco razonables. Pueden ser tan conservadores y legalistas, como para ser tomados en serio. Sin embargo, tal como lo expresa el escritor A.W. Tozer, en su libro “La Raíz de los Justos”, los cristianos deben admitir que en realidad sí son un poquito extraños:

“Un cristiano real es un caso raro, sin duda. Él siente amor supremo hacia Aquel a quien nunca ha visto; habla todos los días familiarmente con alguien a quien no puede ver; espera ir al cielo por la virtud de otro; se vacía para estar lleno; admite que está errado si puede declararse recto; desciende para levantarse; es más fuerte cuando es más débil; más rico cuando es más pobre y más feliz cuando se siente peor. Muere para poder vivir; abandona para tener; regala para guardar; ve lo invisible; oye lo inaudible”.

Sin duda ser cristiano es verse un poquito extraño a la vista de otros; pero al menos debe alegrarles el hecho de que están en muy buena compañía. ¿Por qué digo esto? Porque el fundador mismo del cristianismo fue considerado alguien “fuera de sí”.

En el evangelio de Marcos, capítulo 3, leemos que aun los propios familiares del Señor Jesús decían de Él, “está fuera de sí” (v.21), y los maestros de la ley comentaban, “está poseído por Satanás” (v.22). De modo que un cristiano no debería sorprenderse si se tiene el mismo concepto de él o ella.

Ahora, no solo se tildaba de locos a los cristianos del primer siglo. Si presta atención a lo que dice el escritor de Hebreos, se dará cuanta de los padecimientos y del maltrato que recibieron aquellos creyentes:

“Algunos fueron ridiculizados y sus espaldas fueron laceradas con látigos; otros fueron encadenados en prisiones. Algunos murieron apedreados, a otros los cortaron por la mitad con una sierra y a otros los mataron a espada. Algunos anduvieron vestidos con pieles de ovejas y cabras, desposeídos y oprimidos y maltratados. Este mundo no era digno de ellos. Vagaron por desiertos y montañas, se escondieron en cuevas y hoyos de la tierra” (Hebreos 11:36-38).

Me encanta cómo lo dice este escritor: “el mundo no era digno de ellos”. Eso es verdad. Si usted echa un vistazo a la historia de la iglesia, se dará cuenta de la cantidad de creyentes que fueron considerados unos desquiciados debido a su compromiso con la causa de Cristo. Piense en todas esas personas que laboriosa y cuidadosamente copiaron fielmente las Sagradas Escrituras a mano, hasta que se inventó la imprenta. Piense en aquellos hombres valerosos que portaron la antorcha de la Reforma Protestante y todos aquellos que dieron sus vidas por esta causa. Piense en muchos, que aun en nuestros días, dejan sus lucrativas profesiones para servir de tiempo completo en el ministerio pastoral, o como misioneros en lugares apartados y olvidados por el ser humano,  aunque no por Dios.

Todavía recuerdo el comentario de uno de mis mejores amigos de la universidad, quien al enterarse de la noticia de que deseaba asistir al Seminario Teológico de Dallas, para aprender a estudiar mejor la Biblia, me miró con una cara de sorpresa y me dijo: “Pero ¿acaso te has vuelto loco? ¿Vas a dejar una prometedora carrera en la política del país para estudiar esas cosas? A ti sí que se te perdió una tuerca”.

Sí, el mundo podrá pensar que los cristianos están un poco locos, pero es estimulante poder leer el pasaje de Hebreos y ver la manera en que Dios describe a sus seguidores: “Hombres y mujeres de los cuales el mundo no es digno de ellos”.

Pero ¿si Dios es por nosotros, porque hay en el mundo tantos en contra nuestra? Yo diría que por tres razones: Tenemos un objetivo único, un enfoque diferente y un papel especial que desempeñar.

Nuestro Objetivo es Único

Muchas personas piensan que cada quien debe vivir su vida como mejor les parezca, sean casados o divorciados, homosexuales o heterosexuales, religiosos o ateos. Siempre y cuando no le hagan mal a nadie, cada quien es libre de vivir como quiera y debemos aceptar a la gente tal como es y dejarlas vivir su propia vida. Inclusive, debemos respetar que crean lo que quieran creer acerca de  Dios. Pero el apóstol Pablo tiene una opinión diferente en cuanto a la responsabilidad de un creyente hacia los demás que no tienen a Cristo en su corazón:

“Por tanto, como sabemos lo que es temer al Señor, tratamos de persuadir a todos, aunque para Dios es evidente lo que somos, y espero que también lo sea para la conciencia de ustedes. No buscamos el recomendarnos otra vez a ustedes, sino que les damos una oportunidad de sentirse orgullosos de nosotros, para que tengan con qué responder a los que se dejan llevar por las apariencias y no por lo que hay dentro del corazón. Si estamos locos, es por Dios; y si estamos cuerdos, es por ustedes” (2 Corintios 5:11-13).

En lugar de ser tolerantes y aceptar las creencias de los demás, el cristiano debe, como dice Pablo, “persuadir” a los inconversos para que comprendan quien es Cristo y lo que Él desea para cada uno de ellos. Esto no quiere decir que hay que atiborrarlos con pasajes o presionarlos para que acepten la verdad de la Biblia.  Al contrario, deben modelar con su ejemplo la manera diferente de vivir la fe en la que creen. Deben estar dispuestos a sufrir el rechazo y el maltrato de los demás para demostrarles el amor que Dios les tiene.

El mismo apóstol, en otro pasaje de su primera carta a los Corintios, describe todo lo que tuvo que padecer con tal de demostrar el amor de Dios por los perdidos:

“Aunque soy libre respecto a todos, de todos me he hecho esclavo para ganar a tantos como sea posible. Entre los judíos me volví judío, a fin de ganarlos a ellos. Entre los que viven bajo la ley me volví como los que están sometidos a ella (aunque yo mismo no vivo bajo la ley), a fin de ganar a éstos. Entre los que no tienen la ley me volví como los que están sin ley (aunque no estoy libre de la ley de Dios sino comprometido con la ley de Cristo), a fin de ganar a los que están sin ley. Entre los débiles me hice débil, a fin de ganar a los débiles. Me hice todo para todos, a fin de salvar a algunos por todos los medios posibles” (1 Corintios 9:19-22).

¿Ve por qué le digo que nuestro objetivo es único? En este mundo con una actitud de “que cada quien viva como le de la gana”, es muy raro y algunas veces hasta ofensivo tomar una actitud como esta. Pero esa es la oportunidad que debemos aprovechar para mostrar a otros la eficacia del Evangelio de Cristo y la necesidad de comunicarlo por todos lados.

Nuestro Enfoque es Diferente

¿Cuál es la pasión que le consume a usted en la vida? Déjeme decirle que, en los tiempos que vivimos actualmente, muy pocas personas tienen una pasión que dirija sus vidas. Vivimos en una sociedad hedonista, que gusta de la gratificación instantánea. Queremos satisfacer todos nuestros deseos, pero no estamos dispuestos a esperar. Nuestro lema es “no dejes para mañana lo que puedas recibir el día de hoy”. No queremos dejar nada para después. Bueno, eso sí se trata de recibir recompensas. Hablar de realizar las tareas o formar buenos hábitos, eso es otra historia. El mundo en el que vivimos está centrado en lo temporal, en el “aquí y ahora”, no en las cosas que tienen un impacto eterno.

Pero los cristianos tienen un enfoque distinto. Ellos están motivados por una fuerza interna y sobrenatural que es el amor de Cristo. Pablo lo expresa de esta manera:

 “El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de que uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron. Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado” (2 Corintios 5:14-15).

El amor de Cristo hacia nosotros y nuestro amor por Él es lo que ahora define nuestras vidas como creyentes. Es esta clase de amor lo que hace que veamos al mundo de manera diferente. Es el amor de Cristo lo que hace que muera nuestro egoísmo, y viva un deseo ferviente de vivir por medio de Él. En esta nueva manera de vivir, son tres las cosas que deben gobernar nuestros pensamientos: Primero, que Cristo murió por nuestros pecados; segundo, como todas las personas están espiritualmente muertas, todas necesitan a Cristo para que les vuelva a la vida; y tercero, que cuando le hemos entregado nuestra vida a Cristo, a partir de ese momento nuestra vida le pertenece a Él. Ya no deseamos vivir para nosotros mismos, sino para Él.

Esta clase de mensaje es locura para un mundo, en el que cada quien procura ser el “número uno” en sus vidas. Si les decimos que el “número uno” debe ser Jesucristo, seguramente se llevarían la mano a la cabeza y pensarían que hemos perdido la razón. Es por eso que nuestro enfoque es distinto.

No solo somos diferentes en nuestra motivación, sino también en nuestro sistema de valores. El mundo juzga a las personas de acuerdo a como se ven y a lo que tienen. Pero como creyentes, debemos ver a los demás a través de los ojos de Cristo. Pablo lo expresa de esta manera:

“Así que hemos dejado de evaluar a otros desde el punto de vista humano. En un tiempo, pensábamos de Cristo sólo desde un punto de vista humano. ¡Qué tan diferente lo conocemos ahora!” (2 Corintios 5:16).

En lugar de evaluarlos por su apariencia, debemos verlos por lo que son en sus corazones. Cuando hacemos esto, nos sentiremos motivados a acercarnos a ellos por la necesidad que tienen de un Salvador. Y de igual manera, ellos se sentirán motivados a acercarse a nosotros debido a lo que tenemos para ofrecerles, aun y cuando parezcamos que no estamos muy cuerdos según ellos.

Pero la realidad del caso, es que los creyentes no sólo estamos viviendo una nueva etapa en la vida. ¡Realmente hemos sido transformados por medio de Aquel que nos amó y murió por nosotros! Gracias a Cristo, ya no somos lo que éramos antes. Cuando Cristo invade una vida, realiza un acto de creación. Resucita en nosotros una nueva vida. Antes estábamos muertos espiritualmente, ahora nuestro espíritu está vivo. Y en nuestra nueva vida, somos transformados de adentro hacia fuera, cambiando nuestras prioridades, nuestras relaciones, nuestras acciones. Y solamente Dios puede producir este cambio en nosotros. Y una vez que lo ha hecho, nos hace responsables de comunicarlo a los demás, como lo expresa Pablo:

“Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación” (2 Corintios 5:17-19).

Dios nos ha comisionado para comunicarle al mundo que la muerte de Cristo ha apaciguado la ira de Dios por el pecado de la humanidad, y la ha reemplazado con una aceptación de los pecadores. Aunque los pecadores deberían una cuenta enorme por los pecados, Cristo, en su muerte pagó la deuda por completo. Ya no deben absolutamente nada, pues Cristo lo ha pagado todo. . .¡Borrón y cuenta nueva!

“Ustedes estaban muertos a causa de sus pecados y porque aún no les habían quitado la naturaleza pecaminosa. Entonces Dios les dio vida con Cristo al perdonar todos nuestros pecados. Él anuló el acta con los cargos que había contra nosotros y la eliminó clavándola en la cruz” (Colosenses. 2:13-14 NTV).

Nuestro Papel es Especial

Servimos a una autoridad que el mundo no puede ver. Somos como embajadores en un país extranjero, viviendo en medio de ciudadanos de una tierra, pero obedecemos a un gobernante diferente. Hablamos un idioma diferente; tenemos diferentes costumbres, tradiciones, culturas y estilos de vida. Nos sentimos como extraños aunque hayamos hecho de este lugar nuestra morada temporal. Pero como embajadores, nuestro propósito es ayudar a construir un puente entre nuestro hogar y el de ellos. Pablo dice:

“Así que somos embajadores de Cristo; Dios hace su llamado por medio de nosotros. Hablamos en nombre de Cristo cuando les rogamos: «¡Vuelvan a Dios!»  (2 Corintios 5:20).

Los embajadores representan a su nación, sus mensajes y políticas entre las personas con quienes viven. Su país de origen es juzgado por sus acciones en el país extranjero. Se estudian cuidadosamente sus obras y sus palabras. Lo mismo es con nosotros como cristianos. Nuestro hogar es celestial. Nuestra verdadera autoridad es el Señor. Y lo representamos a Él ante quienes nos rodean, aunque no le reconozcan ni le acepten a Él como Rey.

Aunque no nos sintamos cómodos con esta responsabilidad, no nos ponemos dar el lujo de renunciar al cargo que tenemos. Tenemos que seguir adelante. Dios anhela reconciliarse con aquellos a quienes Él ha creado. Él anhela demostrarles su amor por ellos. El primer mensaje que Dios desea que comuniquemos a este mundo es el siguiente:

“Pues Dios hizo que Cristo, quien nunca pecó, fuera la ofrenda por nuestro pecado, para que nosotros pudiéramos estar en una relación correcta con Dios por medio de Cristo” (2 Corintios 5:21).

Este es el corazón del Evangelio, es el centro de las buenas noticias para el hombre. Jesús, el cordero perfecto de Dios, fue ofrecido como sacrificio por nuestros pecados, tal como lo profetizó Isaías:

“Formaba parte del buen plan del Señor aplastarlo y causarle dolor. Sin embargo, cuando su vida sea entregada en ofrenda por el pecado, tendrá muchos descendientes” (Isaías 53:10).

En el sistema de sacrificio hebreo, la culpa de la gente se transfería a la ofrenda por la culpa, y un cordero era sacrificado y los pecados eran perdonados. De manera similar, Jesús asumió nuestros pecados y los llevó a la cruz, cargando con el peso de nuestra condenación, de manera que nosotros podamos tomar Su justicia, Su inocencia. Por medio de la fe en Cristo somos declarados justos, es decir, inocentes de todo pecado delante de Dios, pues Cristo pagó por ellos en la cruz. Fue allí donde se hizo una transferencia legal. Cambiamos nuestra culpa por su inocencia. Y hemos quedado completamente libres de culpa.

Podemos parecer un poco locos para el mundo que nos rodea, pero somos los únicos que sabemos hacia donde nos dirigimos. En un mundo que ha perdido el rumbo, en medio de la oscuridad en el que vive, podemos arrojar un poco de luz realizando las siguientes tres cosas:

Primero, debemos mantener nuestro objetivo. Sin importar que nos miren raro, es necesario que continuemos persuadiendo a otros con la verdad. Segundo, necesitamos mantener nuestro enfoque. Es muy fácil ser engañados por la superficialidad en la que viven muchas personas. Pero sin importar cuan bien se vea la gente en lo exterior, todos necesitan al Salvador Jesucristo. Y tercero, necesitamos cumplir con nuestro papel de embajadores.

En resumen, servimos a una autoridad que el mundo no puede ver. De muchas maneras, somos como embajadores para un país extranjero, viviendo entre los ciudadanos de una región, pero obedeciendo a un gobernante distinto. Hablamos un idioma distinto; y nos sentimos un poco como extraños, aunque hayamos hecho de este lugar nuestro hogar temporal. Pero como embajadores, nuestro propósito es ayudar a construir un puente entre nuestro hogar y el de ellos.

Sí, algunas veces podemos parecerle un poco raros al mundo en el que vivimos. Pero debemos seguir adelante con nuestra tarea de embajadores, hasta que ellos se den cuenta que lo que parece raro es realmente lo mejor . . . y exactamente lo que ellos tanto necesitan.

“Así que somos embajadores de Cristo; Dios hace su llamado por medio de nosotros. Hablamos en nombre de Cristo cuando les rogamos: «¡Vuelvan a Dios!». Pues Dios hizo que Cristo, quien nunca pecó, fuera la ofrenda por nuestro pecado, para que nosotros pudiéramos estar en una relación correcta con Dios por medio de Cristo” (2 Corintios 5:20-21).

Es mi oración que su vida sea de un impacto profundo y extenso como la medida del amor de Cristo. Y es ese amor lo que verdaderamente nos obliga y nos impulsa a seguir amando a quienes Dios ama tanto. El mundo necesita de Cristo . . . El mundo necesita de nosotros, pues somos embajadores de Cristo y portadores de Su gracia tan irresistible.