Si escojo no correr el riesgo, y si sigo la ruta “segura” y determino no promover ni la salvación por gracia ni un estilo de vida de gracia, ¿cuáles son las alternativas? Cuatro vienen a mi mente, todas las cuales son populares estos días.

1. Puedo hacer énfasis en las obras por sobre la gracia. Puedo decirle a usted que como pecador necesita consagrarse más a Cristo, demostrado por lo que usted hace por Él, antes de que pueda decir que verdaderamente cree. Mi problema al hacer esto es este: El pecador no puede comprometerse a nada. Está espiritualmente muerto, ¿recuerda? No hay capacidad de consagración en un corazón no regenerado. El llegar a ser un discípulo obediente, sumiso de Cristo viene después de creer en Cristo. Las obras siguen a la fe. La conducta sigue a la creencia. El fruto viene después de que el árbol está bien enraizado. Las palabras de Martín Lutero vienen a la mente:

Nadie puede ser bueno o hacer el bien a menos que la gracia de Dios primero lo haga bueno; y nadie llega a ser bueno por obras, pero las buenas obras las hace sólo quien es bueno. Tal como los frutos no hacen al árbol, sino que el árbol da fruto . . . . Por consiguiente todas las obras, por buenas que sean, y por lindas que se vean, son vanas si no brotan de la gracia.

2. Puedo optar por darle una lista de cosas que hacer o no hacer. La lista viene de mis preferencias personales o tradicionales. Llega a ser mi responsabilidad decirle qué hacer o qué no hacer y por qué. Luego yo fijo las condiciones por las que usted empieza a ganarse la aceptación de Dios por medio de mí. Usted hace lo que yo le digo que haga . . . usted no hace lo que le digo que no haga, y entonces está “en onda.” Si usted no guarda la lista, está “fuera.” Este estilo legalista de enseñanza férrea es uno de los métodos más extendidos empleados en círculos evangélicos. A la gracia se la estrangula en tal contexto. Para empeorar las cosas, los que están en autoridad son tan intimidantes, que nadie se atreve a cuestionar su autoridad. Raros son los que tienen suficiente fuerza para confrontar a los que les encantan las listas.

3. Puedo no dejar lugar para ningún área gris. Todo es bien sea blanco o negro, bueno o malo. Como resultado, el líder mantiene control estricto de los seguidores. El compañerismo se basa en si hay pleno acuerdo. Allí está la tragedia. Este estándar santurrón, rígido, llega a ser más importante que las relaciones personales con los individuos. Primero verificamos en dónde está la persona en cuanto a cierto asunto, y luego determinamos si vamos a pasar algún tiempo con ella. La cuestión de fondo es esta: queremos tener razón (según nosotros lo vemos, por supuesto) más de lo que queremos amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos. En ese punto nuestras preferencias personales eclipsan toda evidencia de amor. Tengo la convicción firme de que en donde existe la gracia, también debe haber varias áreas grises.

4. Puedo cultivar una actitud de juicio hacia los que tal vez no están de acuerdo o cooperan con mi plan. Las personas que matan la gracia son notorios por una actitud de juicio. Es tal vez la característica singular menos semejante a Cristo en los círculos evangélicos actuales.

Un rápido vistazo por el túnel del tiempo demostrará ser benéfico. Jesús se halló frente a los cerebros de legalismo: los fariseos. Escuchándole también había muchos que creían en Él. Él había estado presentando su mensaje a la multitud; era un mensaje de esperanza, perdón y libertad.

“Hablando él estas cosas, muchos creyeron en él. Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:30–32).

Jesús habló del poder libertador de la verdad. Aunque los “matagracia” oficiales rechazaron su mensaje, les aseguró que podría hacerlos libres. Todos los que abrazaron la gracia llegaron a ser “libres en verdad.”

¿Libre de qué? Libre de uno mismo. Libre de la culpa y la vergüenza. Libre de los impulsos condenatorios que no podía contener cuando yo era esclavo del pecado. Libre de la tiranía de las opiniones, expectativas y demandas de otros. Y, ¿libre para qué? Libre para obedecer. Libre para amar. Libre para perdonar a otros como a mí mismo. Libre para permitir que otros sean lo que son: ¡diferentes de mí! Libre para vivir más allá de las limitaciones del esfuerzo humano. Libre para servir y glorificar a Cristo. En términos inequívocos, Jesucristo aseguró a los suyos que su verdad podía libertarlos de toda restricción innecesaria. “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36). Me encanta eso. Las posibilidades son limitadas.

Adaptado de The Grace Awakening Devotional, Charles R. Swindoll, © 2003, Thomas Nelson, Inc., Nashville, Tennessee. Reservados todos los derechos. La copia o uso de este material sin permiso escrito del publicador está estrictamente prohibido y es directa violación de la ley de derechos de autor.