«¿Quién dice la gente que soy?» (Marcos 8:27)

Jesús hizo esta pregunta hace dos mil años, y todavía hay más respuestas a esta pregunta: un rabí que predicaba acerca de la compasión, un líder brillante que tocaba los corazones de miles de personas, un innovador malentendido que murió como un mártir. Sus enemigos decían que era un demonio, un revolucionador de masas que merecía morir. Sus seguidores decían que era el Mesías, el Hijo de Dios que merecía adoración.

¿Qué opinión es la verdadera? La mayoría de las opiniones acerca de Jesús entran dentro de una de dos categorías: Jesús era humano o divino. Puede que usted casi haya tomado su propia decisión sobre Jesús, teniendo en cuenta las distintas opiniones, pero sin saber para qué lado inclinarse. ¿Cómo puede descubrir la respuesta a la pregunta sobre quién es Jesús?

Lo qué dijo Jesús

Un buen lugar para comenzar es saber qué decía Jesús sobre Sí mismo.

Jesús dijo ser igual a Dios

Una de las frases más claras que Jesús dijo acerca de Sí mismo fue Su respuesta a la pregunta directa de un líder judío: «¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo sin rodeos» (Juan 10:24). Jesús les contestó:

—Yo ya les dije, y ustedes no me creen. La prueba es la obra que hago en nombre de mi Padre, pero ustedes no me creen porque no son mis ovejas.  Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco, y ellas me siguen. Les doy vida eterna, y nunca perecerán. Nadie puede quitármelas, porque mi Padre me las ha dado, y él es más poderoso que todos. Nadie puede quitarlas de la mano del Padre. El Padre y yo somos uno. (Juan 10:25-30)

Según algunos teólogos, Jesús no dijo que era Dios cuando dijo «El Padre y yo somos uno». Sino que simplemente era un ser humano común lleno de un poder extraordinario. Aun si esto fuera realmente a lo que se refería, ¿por qué no lo aclaró cuando los líderes judíos le amenazaron con apedrearle por blasfemar? Las piedras que agarraron eran prueba evidente de que entendieron claramente lo que dijo: «—No te apedreamos por ninguna buena acción, ¡sino por blasfemia! —contestaron—. Tú, un hombre común y corriente, afirmas ser Dios» (Juan 10:33).

Si hubieran llegado a la conclusión errónea, Jesús tuvo la oportunidad de corregirles, pero no lo hizo. Dijo ser Dios porque Él era Dios.

¿A qué se refería Jesús cuando dijo que el Padre y Él son uno? Los judíos entendieron que «el Padre» era el Creador que tenía el control de sus vidas (Deuteronomio 32:6; Isaías 64:8). Jesús no estaba diciendo que Él y el Padre eran la misma persona (hablaremos del rol de Jesús en la Trinidad luego), sino que Él y el Padre son de la misma naturaleza. Tienen los mismos derechos, la misma autoridad, privilegios y poder. Por lo tanto, Jesús estaba diciendo que tenía el poder sobre sus vidas, lo cual enfureció a los líderes judíos.

Jesús dijo tener autoridad divina

En los evangelios, Jesús declaraba Su deidad hablando de Su autoridad: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida en sacrificio por las ovejas» (Juan 10:11), título que el Antiguo Testamento reservaba para Dios (Salmos 23:1). Dijo que era el juez de todos (Juan 5:27), tarea de la que solo Dios se encarga (Joel 3:12). Se refiere a Sí mismo como novio (Mateo 25:1), papel que solo Dios jugaba con Israel (Isaías 62:5). Perdonaba pecados (Marcos 2:5), solo Dios puede perdonar pecados. Los fariseos entendieron las implicaciones que tenía que Jesús dijera ser Dios y nuevamente intentaron matarlo por blasfemar (Marcos 14:64-65).

Jesús se colocó al mismo nivel que Jehová, el «Yo soy» del Antiguo Testamento (Juan 8:58). Dijo ser el Mesías (Marcos 14:61-64) y enseñaba que el Mesías no solo era el heredero de David, sino también el Señor de David (Lucas 20:41). Asumió la misma autoridad que Dios (Mateo 28:18) e incluso animó a otros a orar en Su nombre (Juan 14:13-14). Invitaba a la gente a creer en Él para recibir salvación (Juan 3:16; 6:29; 7:38). En la historia de Israel, no había profeta o rey, sacerdote o rabí que ofreciera salvación en su nombre. Habría sido una blasfemia decir tal cosa. Solo Jesús hizo tal declaración de fe. . . porque Él era Dios.

Jesús hizo lo que solo Dios puede hacer

Cuando alguien dice ser Dios, lo llevamos al psiquiatra porque están delirando. Sin tener prueba de Su deidad, la declaración de Jesús habría estado vacía, o peor aún, habría sido locura. Así que, para demostrar al mundo quién era, hizo obras que solo Dios podía hacer.

La teología de la deidad de Jesús

Para ver más pruebas sobre la deidad de Jesús, echemos un vistazo a las palabras y obras de Jesús con los apóstoles.

La deidad de Jesús en el Nuevo Testamento

Si miramos al resto del Nuevo Testamento, veremos que el título de Dios (theos) se da explícitamente a Jesús (Juan 1:1, 18; 20:28; Romanos 9:5; Tito 2:13; Hebreos 1:8; y 2 Pedro 1:1). En varios pasajes, los autores se refieren a Jesús en formas que solo pueden aplicarse a Dios. Dicen que es eterno (Apocalipsis 1:17, Miqueas 5:2), aunque solo hay un Dios eterno (Deuteronomio 6:4; 33:27). Cristo creó todas las cosas (Juan 1:3, Colosenses 1:16), aunque solo hay un Creador (1 Pedro 4:19). Cristo está presente en todos sitios (Mateo 28:20), aunque solo hay un Dios omnipresente al que adoramos (Hechos 17:27, 28). Cristo recibe adoración de parte de personas y ángeles (Mateo 14:33; Filipenses 2:10; Hebreos 1:6), aunque el Antiguo Testamento prohíbe la adoración a alguien que no sea Dios (Éxodo 20:1-5; Deuteronomio 5:6-9). Puesto que estas características solo pueden decirse de Dios, Jesús debe ser Dios también.

La deidad de Jesús y la Trinidad

Pero ¿cómo puede Jesús ser el Hijo de Dios y Dios a la vez? Como Jesús distinguía entre Sí mismo y el Padre, hay personas que piensan que Jesús no es realmente Dios, sino un ser creado. Para responder a este problema, tenemos que ver cómo se relacionan los miembros de la Trinidad.

Las Escrituras identifican al Hijo, el Padre y el Espíritu Santo como personas distintas. Algunos versículos describen los roles de cada persona de la Trinidad. El Padre elige (1 Pedro 1:2), ama al mundo (Juan 3:16) y da dones (Santiago 1:17); el Hijo sufre (Marcos 8:31), redime (1 Pedro 1:18) y sostiene todas las cosas (Hebreos 1:3); el Espíritu regenera (Tito 3:5), da poder (Hechos 1:8) y santifica (Gálatas 5:22-23).

También hay muchos versículos que describen cómo el Hijo, el Padre y el Espíritu se relacionan. El Padre envía al Hijo y el Espíritu. El Hijo se somete a la voluntad del Padre, revela al Padre y habla las palabras del Padre (Juan 14:7-26). En términos teológicos, la relación puede describirse de la siguiente forma:

  1. El Padre engendra al Hijo y el Espíritu Santo procede del Hijo. El Padre no es engendrado ni procede de nadie.
  2. El Hijo es engendrado y el Espíritu Santo procede de Él. El Hijo no engendra ni procede.
  3. El Espíritu Santo procede tanto del Padre como del Hijo, pero no engendra y nadie procede de Él.

La parte crucial es cómo definir la palabra «engendrar». Los mormones y testigos de Jehová dicen que significa «crear». Según ellos, en algún momento de la eternidad pasada, el Padre creó un ser que no existía y lo llenó de Su esencia. Ese ser, el «hijo de Dios», no es Dios, pero Dios mora en Él y representa a Dios en la tierra.

El problema principal que hay con esta opinión es que, si el Hijo es un ser creado, no deberíamos adorarle. La Biblia nos ordena que solo adoremos a Dios y nos prohíbe adorar a cualquier otro ser (Romanos 1:24-25). El Señor dice a través de Isaías: «No le daré mi gloria a nadie más» (Isaías 42:8). El mismo Jesús rechazó la tentación de Satanás citando las Escrituras: «Teme al Señor tu Dios y sírvele a él» (Deuteronomio 6:13; Mateo 4:10).

Sin embargo Jesús recibió adoración cuando era un bebé (Mateo 2:8). Enseñó que Sus discípulos debían honrarle de la misma forma que honran al Padre (Juan 5:23). Recibió adoración sin pasar ninguna adoración a Dios (Mateo 14:33; 28:17; Juan 9:38). Incluso le pidió al Padre que lo glorificara con Su gloria (Juan 17:5).

¿Cómo podemos entender el concepto de «engendrar» si no significa «crear»? Hebreos 1:3 nos da la luz teológica que necesitamos:

El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra ponderosa. (NVI)

El Hijo procede del Padre igual que el resplandor de la gloria de Dios. Aunque son distintos, es imposible que uno exista sin el otro. Nunca ha habido un tiempo en que la gloria haya existido sin el resplandor. De igual forma, nunca ha habido un tiempo en que el Padre haya existido sin el Hijo. Los dos son uno igual que la luz y el resplandor son uno.

Atanasio, un padre de la iglesia primitiva, usó la metáfora de una fuente y arroyo para explicar este versículo. Uno es distinto del otro, pero existen en uno. El arroyo fluye por la fuente, pero esencialmente el arroyo es la fuente. De la misma forma, una palabra fluye de un pensamiento, sin embargo esencialmente la palabra es el pensamiento en sí. Juan seguía esta línea de razonamiento cuando escribió: «La Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios» (Juan 1:1). Como un arroyo es a una fuente y una palabra es a un pensamiento, así es Jesús a Dios. Jesús fluye de Dios y es Dios.

Hebreos 1:3 también dice que el Hijo es «la fiel imagen de lo que él (Dios) es» (NVI). En este respecto, el Hijo no es como nosotros. Los seres humanos somos creados en la imagen de Dios, mientras que Jesús es la imagen de Dios. Hay una gran diferencia. Nosotros podemos crear un robot a nuestra imagen, pero esa creación no es humana y nunca puede llegar a ser una persona. Si «engendramos» algo, sin embargo, será igual que nosotros. Nuestros hijos son la representación exacta de nuestra humanidad. Son seres humanos. De la misma forma, el Padre «engendra» al Hijo. El Hijo es la representación exacta de la deidad del Padre, Él es Dios. Lo que Dios crea es una creación, lo que Dios engendra es Dios.

La deidad de Jesús y nuestra salvación

Para los cristianos a lo largo de los años, estos versículos han llevado solo a una conclusión: Jesús es Dios. La naturaleza de esta verdad llevó a Pablo a decir:

Tengan la misma actitud que tuvo Cristo Jesús. Aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse. En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano. Cuando apareció en forma de hombre, se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como morían los criminales. Por lo tanto, Dios lo elevó al lugar de máximo honor y le dio el nombre que está por encima de todos los demás nombres para que, ante el nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua declare que Jesucristo es el Señor para la gloria de Dios Padre. (Filipenses 2:5-11)

Estos versículos nos dicen que, aunque Jesús era Dios, puso a un lado Sus atributos divinos para tomar forma de hombre y en Su forma humana murió en la cruz en nuestro lugar. De esa forma, Dios se sacrificó a Sí mismo por nosotros. Si Dios simplemente hubiera creado a un ser para llamarlo Hijo y enviarlo a morir por nosotros, ¿qué tipo de sacrificio habría sido ese? En lugar de eso, Dios mismo se hizo hombre, sintió nuestro dolor, tocó nuestros corazones y murió en nuestro lugar.

Conclusión

En el fondo de la doctrina de la deidad de Cristo se encuentra el sacrificio de Dios por nosotros. Nuestra salvación no descansa en un hombre como nosotros, sino en un Dios que se hizo como nosotros para redimirnos de nuestros pecados.

Después de preguntar a Sus discípulos quién dice la gente que soy, Jesús les hizo una pregunta más importante aún: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy?» (Marcos 8:29). La respuesta a esta pregunta la debe decidir cada persona por sí misma. ¿Quién dice usted que es Jesús? ¿Es su Señor?

Si quiere hablar más sobre su decisión, póngase en contacto con uno de nuestros pastores de Visión Para Vivir. Nos encantaría animarle en su viaje espiritual. Si tiene alguna pregunta, comuníquese con nuestros consejeros bíblicos con sus preguntas. Escríbanos a consejería@visionparavivir.org.