La generosidad debería ser una muestra de una fe que reboza más que un exceso  de riqueza. La tacañería, por el contrario es una muestra clara que la persona confía en lo material en vez de Dios. No lo olvide, servimos a quien confiamos.

Mi hermano mayor, Orville, nunca fue un hombre  adinerado, sin embargo era maravillosamente generoso con lo que tenía. Nunca se contuvo de dar para el Señor y eso sigue siendo cierto todavía. Su excesiva abundancia de fe lo llevó al campo misionero por más de treinta años en Buenos Aires, Argentina. Antes de eso, sirvió poco tiempo como misionero en México para después recoger a su esposa e hijos y juntos viajar a los confines de América del Sur.

Antes de irse, visitaron a nuestros padres en Houston. Ahora bien, mi padre era la epítome de la responsabilidad. Para él solo las personas que no hacían planes tomaban riesgos. Una persona responsable no dejaba nada a la suerte. Desde su punto de vista, la fe era algo que se utilizaba solo cuando los tres planes de emergencia fallaban y no había más opciones. Mi padre era creyente pero nunca comprendió lo que era vivir por fe.

Mi hermano, por otro lado, vivía motivado por la fe. Toda su vida adulta la vivió en fe. Para él, la vida no es emocionante a menos que Dios y solo Dios nos desafiara. Imagínese cómo eso volvía loco a nuestro padre.

Orville, llegó a la casa en su viejo Chevy de cuatro puertas y con las llantas más gastadas que haya visto en mi vida. Mi padre siempre inspeccionaba las llantas cuando veníamos a visitarlo. Me pregunté cuanto tardaría mi padre en hacer un comentario sobre las llantas. Estoy seguro que lo mismo se preguntó Orville.

Después de una cena deliciosa, mi madre y mis hermanas se fueron a la cocina, dejándonos a mi padre, mi hermano y yo en la mesa. Allí comenzó el diálogo.

“Hijo, ¿cuánto dinero tienes para el viaje?”

“No te preocupes, papá. Todo marcha bien.”

Antes que Orville pudiera cambiar el tema, mi padre le dijo:

“Dime. ¿Cuánto dinero tienes en tu billetera?”

Orville sonrió y encogiendo los hombros le respondió:

“En mi billetera no tengo dinero.”

Me quedé sentado sin decir ni una palabra mientras mi padre y mi hermano se enfrascaban en un juego de tenis verbal.

“¿Nada? ¿Cuánto dinero tienes? Vas a ir a América del Sur. ¿Cuánto dinero tienes?”

Mi hermano entonces sonrió, se metió la mano en el bolsillo y sacó una monedad de veinticinco centavos; la puso en la mesa y desde allí la hizo rodar hasta donde estaba sentado mi padre. Éste la vio y dijo: ¿Veinticinco centavos? ¿Eso es todo lo que tienes?

Orville con una sonrisa más amplia dijo: ¡Sí! ¡Que emocionante! ¿No te parece?

A mi padre eso no le pareció gracioso. Después de un suspiro hizo una pausa y dijo: Orville, no logro entenderte.

Mi hermano que ahora miraba seriamente a mi padre, le dijo: No, papá. Nunca lo has hecho.

No sé cómo mi hermano logró hacer su viaje o cómo Erma Jean se encargó de la familia, pero ellos nunca pasaron hambre. Ellos sirvieron en Buenos Aires y viajaron a otras partes del mundo por más de tres décadas.

Mi padre creció durante la Gran Depresión, temiendo la pobreza toda su vida. Eso causó que pocas veces tomara riesgos y que nunca experimentara el gozo de confiar en Dios tal como mi hermano lo hizo.

Jesús nunca dijo que tener cosas es malo. Bajo su elección divina, Él decide que algunos sean tan pobres como Él y Sus discípulos lo fueron mientras que otros tengan dinero extra y bienes materiales que pueden compartir en abundancia. Para Jesús, el asunto del dinero  no es importante. A Él le interesa nuestro bienestar y que nos volvamos a Él en busca de protección. Ya sea que tengamos o no cosas materiales, Él quiere asegurarse que ninguna de esas cosas nos controla.

La generosidad no es una muestra clara de la fe pero con seguridad es un factor de estímulo en el creyente. Tan pronto como algo comienza a sentirse demasiado crucial para traernos felicidad, debemos tomar las riendas y deshacernos de ello.