Celebré mis bodas de oro matrimoniales, es decir, cincuenta años de casado, hace poco. Sí, lo leyó bien: ¡eso es más de medio siglo! Recuerdo que miraba a los que celebraban sus bodas de plata, es decir veinticinco años de casados, como individuos que estaban a un paso de una silla de ruedas. Y aquí estamos, Cynthia y yo, habiendo estado casados más de 50 años. ¡Cómo vuela el tiempo! Para cuando la cara queda libre de espinillas, la mente empieza a fallar; o por lo menos, se vuelve algo nublada. ¿Por qué?

RECUERDOS. Tienen su manera de aflorar a la mente, como el oleaje en la playa, cuando vienen los aniversarios. Recuerdos divertidos. Otros dolorosos. Todos destilando nostalgia. Como nuestra luna de miel: una colosal comedia de errores. Y nuestros dieciocho meses de separación forzosa, gracias a las fuerzas armadas. Qué tiempos de soledad. Pero esenciales para que crezcamos y enfrentemos la realidad. Mi cambio de carreras sobre la marcha; volviendo a los estudios, un diminuto departamento, y largas horas disciplinadas de estudio. El nacimiento de nuestros cuatro hijos (más la pérdida de dos que nunca llegamos a ver) y esos años que agotaban la energía, llenos de pañales, y hasta el jardín de infantes. Cuánto aprendimos; cuán profundamente penetraron nuestras raíces; cuán escabrosas fueron algunas de las sendas que recorrimos.

Un aniversario hace que uno recuerde: “No te olvides nunca de tus recuerdos. Son imperecederos.”

CAMBIOS. Uno no vive medio siglo con la misma persona sin experimentar un cambio completo en varios aspectos de la vida. Supongo que el cambio más significativo que me ha ocurrido a mí es en el ámbito de la sensibilidad. He aprendido a leer entre líneas, a oír sentimientos que nunca se dicen en palabras, a ver angustia o cólera, alegría o celos, o confusión, o compasión, en caras que comunican lo que la lengua tal vez no diga. ¡Qué autoridad me creía hace cincuenta años! ¡Y qué diferencia determinan una esposa y una manada de chiquillos! ¡Y diez nietos! Dios los ha utilizado a todos ellos para moderar mi intensidad. El cambio de un dogmático terco a un aprendiz con mente abierta fue significativo. Ese proceso, de paso, todavía está teniendo lugar.

Un aniversario hace que uno recuerde: “Da gracias por los cambios. Son importantes.”

DEPENDENCIA. Mi matrimonio me ha enseñado que no soy todo suficiente ni autosuficiente. Necesito a mi esposa. Necesito su respaldo, perspectiva, discernimiento, consejo, amor, presencia y eficiencia. Ella no es una muleta para mí; sino que es la compañera que Dios me dio, siempre consciente de mi talante y mis necesidades. Ella oye mis secretos y los guarda bien. Ella conoce mis defectos y a menudo los perdona. A ella le duelen mis fracasos y aprehensiones, y me anima cuando me suceden. Por años Cynthia no se percató del hecho de que yo la necesitaba. Yo avanzaba por la vida como un ferrocarril: impositivo, intimidante y egoísta. Finalmente las grietas empezaron a dejarse ver. Ya no pude esconderlas más. El Señor me mostró el valor de hablar de mis heridas y admitir mis temores; de decir cosas tales como: “Me equivoqué; en realidad lo lamento.” E incluso hablar a las claras con mi esposa y declarar cuánto dependo de ella para que me ayude a perseverar.

Un aniversario le hace a uno recordar: “No tienes que salir adelante sólo con tus propias fuerzas. Tu cónyuge es irremplazable.”

SUEÑOS. Los sueños son lo que uno anhela como pareja, y luego observa que Dios los hace realidad. A veces son cosas pequeñas, como trabajar juntos en el jardín, echar en la tierra unas pocas semillas y ver los brotes, y después el fruto. U orar juntos por uno de los hijos, pidiéndole a Dios que se apodere de ese corazón y ablande el espíritu. Conforme ese sueño se vuelve realidad, uno sonríe con el otro. Ocasionalmente el sueño es algo grande; y exige oración persistente por el retorno de un hijo pródigo, o por resistencia en una larga enfermedad, o la muerte de un hijo. En ocasiones el sueño exige sacrificios sostenidos, compartidos; como persistir hasta terminar los estudios; o librarse de deudas. Cuando la realidad finalmente tiene lugar, no hay palabras que puedan describir el placer de ese largo abrazo, ese beso de profundo logro.

Un aniversario le recuerda a uno: “Piensa en los sueños que han atravesado juntos. Son logros íntimos.”

Los aniversarios son una hermosa combinación de recuerdos, cambios, dependencia y sueños. Nuestras salidas se remontan al 18 de junio de 1955, cuando un par de chiquillos dijeron: “sí,” y se comprometieron el uno al otro por toda la vida; no teniendo ni idea de las amenazadoras tormentas que nos esperaban, y que indecibles alegrías nos unirían en uno.
Soy un esposo agradecido. Alabado sea Dios por el plan del matrimonio, y la emoción de celebrarlo anualmente con la mujer que amo.