La Sra. Berta Adams, de 71 años, murió sola en West Palm Beach, Florida, un Domingo de Resurrección. El informe del forense dice: “Causa de la muerte: malnutrición.” La mujer pesaba solamente 25 kilos.

Cuando las autoridades estatales hicieron la investigación preliminar de la casa de la señora Adams, hallaron realmente “una pocilga . . . la mayor mugre que uno pueda imaginarse.” Un veterano inspector declaró que jamás había visto una vivienda en condiciones tan desastrosas. La mujer había mendigado comida por las puertas traseras de sus vecinos, y conseguido la ropa que llevaba en una tienda de segunda. Por todas las apariencias externas era una reclusa indigente, una viuda lastimera y olvidada. Pero no era ese el caso.

En medio del caos de propiedades mugrientas y destartaladas, los funcionarios hallaron dos llaves de depósitos de seguridad en dos bancos locales diferentes. En la primera caja había más de 700 certificados de acciones de la empresa telefónica AT&T, más cientos de otros valiosos certificados, bonos, y sólidas acciones financieras, para no mencionar billetes que sumaban casi $200,000. La segunda caja contenía $600,000. Sumando el valor efectivo de ambas cajas, hallaron más de un millón de dólares.

El reportero de la radio CBS anunció que las propiedades probablemente irían a una sobrina y un sobrino distantes, ninguno de los cuales soñó que la tía tuviera ni diez centavos a su nombre.

¿Puede imaginarse levantar el teléfono y oír que acaba de heredar medio millón de dólares? Yo no sé si gritaría “gloria”, danzaría la macarena, le daría cuerda a mi reloj, silbaría “La Cucaracha,” o cantaría “La Doxología.”

Usted puede apostar esto, amigo mío: esos dos parientes están más que contentos porque la tía Berta todavía tenía sus nombres anotados en alguna parte.

Pero, ¿no se hace preguntas respecto a esta mujer? ¿Por qué alguien va a almacenar toda esa pasta en dos cajas mes tras mes, año tras año, y rehusar gastarlo para comprar comida para sostener su vida?

La verdad es que Berta Adams no estaba ahorrando su dinero; estaba adorándolo . . . acaparándolo . . . obteniendo una satisfacción torcida al ver que los montones crecían mientras ella arrastraba los pies por las calles vestida de harapos mendigando.

Confieso que me cuesta comprender al tratar de imaginarme que se deriva algún placer simplemente al almacenar tesoros, por el puro y egoísta placer de ver que el montón crece. Ahora bien, no me malentienda. Creo firmemente en ahorrar, invertir, gastar con inteligencia, y la administración sabia del dinero. Pero, ¡tengo problemas para hallar una sola palabra de respaldo bíblico para ser un avaro!

Y no es difícil distinguirlos. Todos empieza con una pregunta principal: ¿cuánto cuesta? Y una respuesta principal: no puedo costearlo. Y una crítica principal: estamos gastando demasiado. Todavía me falta hallar un creyente avaro que conozca por experiencia el primer principio de la fe entusiasta. Nunca he visto a alguien que pueda tener sueños amplios o visiones vastas de lo que Dios puede hacer a pesar de las limitaciones del hombre.

Denme un puñado de dadores de gran corazón, generosos, de mano abierta, visionarios, de mentalidad espiritual . . . gigantes magnánimos con Dios que se entusiasman al entregarse a Él. Ahora, permítame recordarle, que tal vez no necesiten una cajera para su fortuna cuando todo se acabe, pero, ¿a quién le importa? El nombre del juego no es PRECAUCIÓN; todavía es VISIÓN, ¿verdad? Pienso que leí en alguna parte que los que no la tienen, perecen.

Y hablando de eso, cuando enterraron a Berta Adams, ella no se llevó ni un solo centavo.

Tomado de Charles R. Swindoll, “Tightwads,” en The Finishing Touch: Becoming God’s Masterpiece (Dallas: Word, 1994), 448-49. Copyright © 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos. Usado con permiso.