¿Sabe usted cuál pecado es el enemigo sutil de la fe sencilla?

¿Materialismo y codicia? ¿Cólera? ¿Lujuria? ¿Hipocresía? No. Todos esos pecados por cierto son nuestros enemigos, pero ninguno de ellos califica como un enemigo sutil.

Deténgase y piense. Una vez que usted decide confiar en Dios con fe sencilla y le permite plena libertad para que realice su plan y propósito en usted, así como también por medio de usted, todo lo que usted tiene que hacer es tranquilizarse y depender en que Él se hará cargo de toda las cosas que una vez usted trataba de mantener bajo control.

De aquí en adelante usted no va a intervenir y tomar las riendas. “Dios puede manejar esto,” se dice a sí mismo. Luego, en un momento de debilidad, el adversario de su alma le susurra al oído una duda o dos, como: “Oye, ¿qué tal si . . .?” Si eso no hace que usted se revuelva, él vuelve a medianoche y abona su imaginación con varias posibilidades casi extremas, dejándole algo perturbado, si acaso no en completo pánico. Nadie puede decirlo al verlo (y por cierto usted ni siquiera pensaría en decírselo a alguien), pero en lugar de su paz interna y fe sencilla, ahora usted está inmovilizado por . . . ¿qué?

Lo adivinó; el más notorio asesino de la fe en toda la vida es la ansiedad o afán.

“Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” (Mateo 6:25).

Siendo que me encanta estudiar la etimología de las palabras, hallo que el término afanarse es fascinante, aunque la realidad de eso en nuestras vidas puede ser casi enloquecedor. Para empezar, la palabra que usa Mateo, y que aquí se traduce “afanarse” es el término griego merimnao. Es una combinación de dos palabras: merizo, que quiere decir “dividir,” y nous, que quiere decir “la mente.” En otras palabras, una persona que se afana sufre de una mente dividida, lo que la deja intranquila o distraída.

De los relatos bíblicos que ilustran el afán, ninguno es más práctico o claro que el que se nos da en los últimos cinco versículos en Lucas 10. Repasémoslo brevemente.

Jesús llegó como de improviso a la casa de sus amigos en Betania. Estaba, sin duda alguna, cansado después de un día lleno, así que nada era mejor para Él que tener un lugar tranquilo en donde descansar, con amigos que podían entender. Sin embargo, Marta, una de esas amigas, convirtió la ocasión en frenesí. Para empeorar las cosas, María, hermana de Marta, estaba tan contenta porque el Señor estuviera en su casa que se sentó con Él y no dio ni el menor indicio de preocuparse por el ataque de ansiedad que padecía su hermana.

Según nos dice Lucas, “Marta se preocupaba con muchos quehaceres” (Lucas 10:40). Podemos imaginárnosla corriendo por la cocina, amasando pan, aliñando el cordero, cocinando legumbres, tratando de sacar su mejor vajilla, esperando combinar el mantel y las servilletas, y en última instancia necesitando ayuda para tenerlo todo listo en el momento apropiado. Pero María no tenía ayuda, y esa fue la gota final. Irritada, exasperada y enojada, llegó al punto de hervir; y su punto de hervir la llevó a echar la culpa. “Señor, ¿no te da cuidado de que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude” (10:40).

Pero Jesús ni se impresionó por el ajetreo de ella, ni se intimidó por sus órdenes. Con toda gracia, y sin embargo firmemente, le dijo: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada” (10:41-42).

El afán o ansiedad tiene lugar cuando asumimos responsabilidad por cosas que están fuera de nuestro control. Y me encanta la solución del Señor: “Pero sólo una cosa es necesaria.” ¡Qué ejemplo más clásico de fe sencilla!

Marta había complicado las cosas al convertir la comida en un banquete. Pero no María. Todo lo que María quería era tiempo con Jesús; y Él la elogió por eso. La fe sencilla de María, en contraste con el pánico de su hermana, recibió la afirmación del Salvador.

Adaptado de Charles R. Swindoll, “That Subtle Sin,” en The Finishing Touch: Becoming God’s Masterpiece (Dallas: Word, 1994), 632-33. Copyright © 1994 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos. Usado con permiso.