Genesis 22: 1, 2

Todos nuestros hijos crecieron para convertirse, cada uno a su manera, en siervos de Jesús independientes y responsables. Como fue la intención del Señor desde el principio, nos desprendimos de ellos para que ellos siguieran sus propios destinos.

Algunos de ustedes, que están leyendo estas palabras, no se desprendieron de sus hijos de la misma manera. Quizás a su hijo se lo arrebató la muerte, un crimen terrible, el divorcio u otra terrible tragedia. Permítame ser claro en cuanto a esto: Si bien es cierto Dios es el gobernante soberano de todo, y nada esta mas allá de su poder o conocimiento, una tragedia nunca es una acción cruel de parte de Dios. A Él no le produjo ninguna alegría el que usted soportara tal aflicción. Lo permitió, si, como en el caso de Job, pero Él no es el autor del mal. Fue el maligno designio de un mundo que ha sido corrompido por el pecado, lo que le quitó a su hijo.

Dios no solo odia el pecado, sino que también odia la muerte. La odia tanto, que envió a su Hijo para que la destruyera muriendo y resucitando de nuevo. La muerte es llamada en las Escrituras nuestro «último enemigo» (1 Corintios 15:26). Pero, al final, el Señor tendrá la última palabra en esta lucha contra el mal, y Él nos lo ha dicho por medio de Jesucristo. En palabras sencillas: La muerte es la voluntad de un mundo que tomó el camino equivocado. La resurrección es el triunfo final de Dios sabre el mal.

Ya sea que perdamos a nuestros hijos por una tragedia o por alguna otra razón, esto es muy cierto: Debemos aprender a no aferramos a nada que amemos. Seamos francos; si nos aferramos demasiado a algo, eso probablemente nos tendrá a nosotros, en vez de ser al contrario, y Dios no permitirá eso por el bien suyo y el de su ser amado.

Al final, la decisión de no aferrarse demasiado a nada, especialmente en lo que tiene que ver con las relaciones, es un acto de fe. El instinto natural del ser humano quiere que nos aferremos a las cosas que más adoramos. El desprenderse de ellas, presentándolas a Dios, requiere que confiemos en el para hacer lo correcto. Cuando hacemos esto por nuestros hijos, el efecto perdurable que dejamos es un modelo práctico de fe. Y no puedo pensar en ninguna otra mejor manera de enseñar a nuestros hijos quién es el Dios al que adoramos, que siendo modelos de la confianza en Él cada día.

El instinto natural del ser humano quiere que nos aferremos a las cosas que más adoramos. El desprenderse de ellas, presentándolas a Dios, requiere que confiemos en el para hacer lo correcto

Charles R. Swindoll Tweet esto

Adaptado del libro, Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2019 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.