¿Se ha sentido alguna vez ignorado por Dios? Es casi como si uno estuviera mirando hacia arriba desde el fondo de una larga escalera. La luz está apagada, y aunque hace todo lo posible para llamar la atención y obtener una respuesta, nada sucede. Nada se oye, ni siquiera un sonido.

Usted no está solo. Muchas almas en este momento están lidiando con el silencio divino. Probable se sepa la historia de memoria. Una tragedia ocurre. Después, la víctima se arrastra, clama por ayuda, y espera que llegue alivio esa misma noche. Pero nada pasa. Para hacer las cosas aún peores, el silencio divino puede durar días, a veces hasta semanas.

Un cónyugue que ha estado con usted durante años de repente empaca y se va. El que se queda atrás, encarando lo que parece ser una lista interminable de responsabilidades, se acerca a Dios para que Él intervenga—y para obtener su consoladora paz—sólo para encontrar silencio. ¡Ese silencio atroz!

Una enfermedad persistente devora día tras día su cuerpo y alma. Pareciera que ninguna oración es efectiva. Mientras que el silencio ensordecedor continúa, el dolor se intensifica.

Aunque usted no lo crea, Dios habla aun en ese silencio. ¿Cómo? Lea el Salmo 19. Esta gran canción que dirige nuestra atención hacia los cielos tiene algo que decir acerca de esos angustiadores tiempos de silencio. De una manera hermosa, el cielo nos habla con una sabiduría profunda, sin tener que decir una sola palabra.

El filósofo alemán Immanuel Kant escribió alguna vez:

Hay dos cosas que llenan mi alma con reverencia santa y siempre creciente asombro—el espectáculo del cielo estrellado que virtualmente nos aniquila como seres físicos, y la ley moral que nos levanta a la dignidad infinita como agentes inteligentes.1

Kant pudo haber sido influenciado por el Salmo 19 cuando escribió esa declaración, pues esta antigua canción describe las cosas que llenaron su alma con reverencia y maravilla.

El verso 14, uno de los versos más familiares en todo el libro de los Salmos, resume adecuadamente los sentimientos del salmista en forma de una oración:

Sean gratas las palabras de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Señor, Roca mía, y Redentor mío.

Dios se ha revelado. Si usted se siente ensordecido por el silencio divino, recuerde esta verdad. Nos asoleamos constantemente bajo el sol de Su presencia. Tenemos Su Palabra en nuestro idioma—claramente impresa, convenientemente acentuada, encuadernada y preservada para nuestro uso. Además, Él se levanta como nuestra Roca (nuestra estabilidad, aquel en quien podemos confiar) y nuestro Redentor (nuestra liberación de actos malos, de hombres malos, y de nuestra propia naturaleza pecaminosa).

Permanezca en la Palabra esta semana, mi amigo. Reclame Sus bendiciones—rete a Dios a cumplir sus promesas. Las "palabras de su boca" y la "meditación de su corazón" tomarán completamente un nuevo patrón de piedad y poder.

Además, Él ya no se sentirá distante o silencioso de usted.

—Chuck