Ninguna otra persona en la Biblia, aparte de Cristo, tuvo tan profunda influencia en su tiempo—y en el nuestro—como el apóstol Pablo. Fue un hombre de firmeza, con una mente, un espíritu y una fuerza de carácter inquebrantables al enfrentar dificultades y peligros tan difíciles. Con paciencia, tenacidad y una valentía inalterable, Pablo llevó a cabo su misión divina con una gran determinación; y Dios lo usó admirablemente para darle un giro completo al mundo en su generación.

Pero el mensaje y estilo de Pablo fueron también marcados por una apacible gracia. Este hombre, que atormentó y asesinó a muchos seguidores de Cristo, entendió y explicó la gracia mejor que cualquiera de sus contemporáneos. Aunque algunos hoy día considerarían a Pablo un santo, él se describe a sí mismo como «el peor de todos los pecadores» (1 Timoteo 1:15, NTV). De hecho, Agustín de Hipona se refirió a la conversión de Saulo de Tarso como «la violenta conquista de una voluntad rebelde». La describió como el cambio de naturaleza de un lobo salvaje al espíritu afable de un cordero. Solo Dios pudo haber hecho eso en un alma envilecida como la de Saulo. ¿Cómo sucedió esto? El mismo Pablo lo expresa con estas sencillas palabras: «Dios tuvo misericordia de mí» (1 Timoteo 1:13, NTV).

Sin duda, en la vida de toda persona admirable hay sorpresas que muchas veces nos desconciertan. ¿Quién hubiera pensado que el gran escritor de la mayor parte del Nuevo Testamento, y quien probablemente ha tenido más influencia en nuestro crecimiento cristiano, haya provenido de un mundo de tal ceguera espiritual y de irracionalidad física? Pero así fue. Por eso él decía ser «el peor de todos los pecadores». Aunque uno pueda sentirse tentado a suavizar este hecho, es así. Aceptemos lo que él dice de sí mismo. Pablo no estaba tratando de parecer modesto. En su corazón, él se consideraba el peor de los pecadores, y es posible que así haya sido.

Sin embargo, Pablo nunca dejó de estar agradecido por la gracia que había recibido. El favor inmerecido de parte de Dios alcanzó a Pablo en su celo farisaico y transformó al anteriormente violento agresor de la iglesia en un poderoso vocero de la gracia de Cristo:

«A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, se me concedió esta gracia: anunciar a los gentiles las inescrutables riquezas de Cristo, . . . a fin de que la infinita  sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en las regiones celestiales». (Efesios 3:8, 10, LBLA)

Al analizar la conversión de Saulo de Tarso en Pablo, el apóstol de la gracia divina, creo que vale la pena hacer las siguientes observaciones:

En primer lugar, no importa cómo les parezcamos a los demás, todos tenemos un lado oscuro en la vida. Usted se quedaría pasmado si se enterara del pasado oscuro que hay en la vida de esas personas que han tenido una gran influencia en su vida. Todos somos pecadores por nacimiento, por naturaleza y por elección. En lo más profundo de nuestro ser somos total y absolutamente depravados. Andamos a tientas en la oscuridad debido a nuestra ceguera espiritual. No importa la imagen que proyectemos, todos tenemos un pasado que no es ni agradable ni alentador. Nunca debemos olvidar como era nuestra vida cuando la gracia de Dios nos alcanzó. Saulo lo sabía… y también nosotros.

En segundo lugar, no importa lo que hayamos hecho, nadie está más allá de la gracia de Dios. Esa es la gran esperanza del mensaje cristiano. La cantidad o la profundidad de nuestro pecado pasado no pueden sobrepasar la gracia de Dios. Dios le dio a Saulo un nuevo nombre, y al hacerlo, lo hizo una nueva creación. Eso es lo que hace que la gracia sea tan admirable.

En tercer lugar, aunque nuestro pasado esté viciado, cualquiera puede iniciar un nuevo comienzo con Dios. Nunca es demasiado tarde para hacer lo que es correcto. Cuando Saulo se puso de rodillas ante el Dios vivo, finalmente se enfrentó a la realidad de su pecado. En lo más profundo de su ser, reconoció su pecaminosidad, pidió perdón. Cristo no solo lo perdonó, sino que también transformó su vida, y Pablo comenzó a hacer lo correcto delante de Dios. Por lo tanto, no se quede estancado en su vida pasada. No pierda su tiempo ensimismado en lo que fue. Recuerde que la esperanza que tenemos en Cristo significa que hay un mañana más brillante. Nuestros pecados son cubiertos por la sangre de Cristo, la vergüenza ha sido eliminada, y las cadenas del pecado han sido rotas para siempre. La gracia de Dios ha hecho que esto sea posible y nos ha dado alas para remontarnos por encima de los errores del pasado.

Tal vez esa sea la razón por la cual la vida de Pablo se ha convertido en una fuente de esperanza para todos nosotros. Si el «peor de los pecadores» pudo ser perdonado y convertido en un recipiente escogido para anunciar la gracia y verdad de Dios, ¿no podrá el Señor hacer lo mismo con cada uno nosotros? Seguro que Él puede y quiere; solo basta que usted y yo estemos dispuestos a convertirnos en personas tanto de gracia, como de firmeza.