David se sentía agotado y con el corazón hecho pedazos. No solo había perdido a su mentor, sino también a su mejor amigo. Ahora se escondía en un lugar desolado, y perseguido por el rey Saúl que buscaba desesperadamente acabar con su vida. Necesitando sustento para él y su tropa, David se volvió hacia Nabal, un descendiente de la tribu de Judá, al igual que él, para pedirle de su ayuda. Pero Nabal rechazó groseramente la petición de David de alimentar a sus 600 hombres.
La ley ordenaba a los israelitas a compartir algo de sus bienes con los menos afortunados. Por otro lado, la costumbre de los pueblos del Cercano Oriente exigía ser hospitalarios con los viajeros sin importar su número. Además, David no le estaba pidiendo limosna. Él y sus hombres habían estado protegiendo a Nabal y a sus trabajadores, así que parte de su prosperidad se debía al cuidado de David.
Al encontrar hostilidad donde debería haber recibido hospitalidad, David juró matar a Nabal y a todos los hombres de su casa. En medio de este difícil predicamento aparece en escena Abigail, la esposa de Nabal; una mujer conocida por su sabiduría y buen juicio.
Con la vida de todos en peligro, uno de los sirvientes de Nabal buscó la ayuda de Abigail. Ella supo manejar la situación de una manera piadosa, mostrándonos que Dios protege a aquellos que confían en Él. Sin embargo, un encuentro con el futuro rey de Israel cambiaría su vida para siempre. Cuando David entró en el mundo de Abigail, ella tuvo que tomar medidas drásticas. La seguridad de su casa dependía de la forma en que ella manejara las cosas oportunamente. Así que, sin que Nabal lo supiera, Abigail responde con un discernimiento especial poniendo en marcha un ingenioso plan.
Ocupándose de la necesidad inmediata de David y sus hombres, Abigail prepara un gran banquete para ellos. Mientras cabalga para encontrarse con ellos, trata de figurar en su mente qué decirle a David para aliviar su ira y deseos de venganza. ¿Qué podía hacer ella para detener a estos hombres embravecidos a punto de cometer un acto tan violento? En vez de caer presa del pánico, Abigail decidió dejar todo en las manos de Dios. Le importaba honrarlo a Él y salvar a su marido. Eso es lo que hace el buen discernimiento. Piensa en todas las opciones y se niega a rendirse ante el pánico del momento.
Al encontrarse con ellos, Abigail desciende del burro y valientemente corre hasta donde está David. Y al estar frente a él, se postra ofreciéndole una olla de tamales calientitos (lo digo bromeando), con la esperanza de que el olor a la comida apacigüe su ira por un momento.
David pudo simplemente haberla ignorado y continuar con su plan de venganza. Pero menos mal que reconoció la dirección de Dios en todo esto. Con cada palabra de Abigail, el corazón de David se fue ablandando. Finalmente, mostrando su humildad característica, David se somete a lo que él sabe es la verdad, aliviado de que alguien poseyera el discernimiento y valor necesarios para detenerlo de cometer un terrible y lamentable error. Respondiendo con gratitud alaba el discernimiento de esta sabia y hermosa mujer:
«¡Alabado sea el Señor, Dios de Israel, quien hoy te
ha enviado a mi encuentro! ¡Gracias a Dios por tu buen
juicio! Bendita seas, pues me has impedido matar y llevar
a cabo mi venganza con mis propias manos».
(1 Samuel 25:32-33, NTV)
El buen juicio de Abigail no solo salvó el cuello de su marido y la vida de todos los de su casa, sino también la reputación de David. Le recordó a David que él era conocido por dejarle a Dios la venganza y lo alentó a que ingresara a su reinado en inocencia. Su sabiduría dejó sin efecto la amenaza precipitada de David. Por medio de Abigail, Dios mostró gracia a la casa de Nabal y al futuro rey de Israel.
Abigail, después de haber salvado a su marido, regresó a su casa, solo para encontrarlo dándose la gran vida, comiendo y emborrachándose con sus amigos, completamente ignorante del grave peligro causado por su necia actitud. Sabiendo que no iba a recibir ningún tipo de agradecimiento de su parte, decide irse a dormir, confiando que Dios tomaría en cuenta sus acciones. Y vaya que lo hizo. Dios se encarga de la situación justo al día siguiente:
«Por la mañana, cuando Nabal estaba sobrio, su esposa
le contó lo que había sucedido. Como consecuencia tuvo
un derrame cerebral y quedó paralizado en su cama como
una piedra. Unos diez días más tarde, el Señor lo hirió y
murió». (1 Samuel 25:37-38)
Abigail no tuvo que darle una regañada a Nabal o avergonzarlo en público. No alimentó resentimiento, ni se hizo la victima. Simplemente dejó todo en las manos de Dios, y Dios mismo vindicó tanto a Abigail como a David. Pero ahí no termina la historia… David le dio el crédito a Dios por Su liberación—una evidencia de una perspectiva renovada como resultado de su encuentro con Abigail. Luego, sin perder tiempo, le envía una propuesta de matrimonio a Abigail, ¡y ella acepta gustosamente!
Que siempre busquemos la sabiduría para recibir buenos consejos, especialmente de las personas más cercanas a nosotros. Que podamos responder como lo hizo David a Abigail alabando a Dios por enviar a personas como ella a nuestro encuentro.