En todo largo viaje siempre encontramos una sección en el camino que es tranquila y aparentemente sin incidentes. Lo mismo sucede en nuestro recorrido por la Historia de Dios. Una vez que pasamos los profetas y nos dirigimos hacia los evangelios, el camino se vuelve más estrecho y vemos cómo se ciernen nubes oscuras sobre nuestras cabezas. Ya no hay más visiones ni más audaces proclamadores del mensaje de Dios para la humanidad. En realidad, parece que nada está sucediendo. Y sin darnos cuenta, han pasado cuatrocientos años antes de que las Escrituras retomen la historia de nuevo. Pero, ¿qué fue lo que sucedió? ¿Dónde estaba Dios? ¿Quién estuvo a cargo durante todo este tiempo? ¿Por qué tanto silencio? Interesantemente, sin que ningún profeta haya escrito o hablado, y sin que los escritos de alguien se hayan abierto paso por las Escritures, Dios estaba muy involucrado en Su trabajo y en completo control de las cosas. Gálatas 4:4 nos dice que, «cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo. . .» ¿Y cuándo tuvo lugar este acontecimiento? Precisamente durante estos cuatro siglos de silencio cuando parecía que nada estaba pasando, cuando parecía que Dios se había ausentado. En nuestro estudio de hoy, tendremos una visión panorámica de lo que ocurrió entre Malaquías y Mateo. Usted encontrará que esta sección de nuestro viaje puede parecer tranquila y sin incidentes, pero para nada es así. Adentrémonos en estos cuatro siglos de aparente silencio a través de los lentes del profeta Daniel.
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