Alguien dijo: «Cuando las personas se hacen cristianas, eso no quiere decir que en ese momento se vuelven buenas. Por lo general, eso les sorprende. Una conversión a Cristo no hace que una persona automáticamente ya tenga modales impecables o una moral increíble». Debo confesarles que cuando leí esto por primera vez tuve que admitir que esa era una declaración muy cierta. Ese es un análisis honesto y claro tanto de los que pastoreamos una iglesia como de los miembros de ella. Seamos realistas, el tiempo en la iglesia nos puede traer felicidad y aprendizaje, pero no necesariamente salimos cambiados o totalmente nuevos automáticamente. La verdad es que eso no ocurrirá hasta que lleguemos al cielo donde seremos perfectos. Sin embargo, nuestro deber es intentar cada día ser mejores, ser más amables, tener un corazón más amoroso, saber perdonar y tener una disposición para servir.
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