¿Quién escribió el libro?

El libro de Ezequiel lleva el nombre de su autor, un sacerdote que era hijo de un hombre llamado Buzi (Ez 1:3). El linaje sacerdotal de Ezequiel se hace patente en su ministerio profético: con frecuencia se interesa en temas como el templo, el sacerdocio, la gloria del Señor y el sistema sacrificial.

Ezequiel nos cuenta que comenzó a profetizar cuando tenía treinta años (Ez 1:1), lo cual lo hace más o menos de la misma edad de Daniel, quien había sido exiliado a Babilonia casi una década antes. Ezequiel, al igual que muchos sacerdotes de Israel, estaba casado. Sin embargo, durante su ministerio profético, cuando su esposa murió, Dios le impidió a Ezequiel que la llorara en público, como una señal del juicio venidero sobre Judá en que el templo sería destruido (Ez 24:16-24).

¿Dónde nos encontramos?

Ezequiel vivía entre los exiliados judíos en Babilonia, en un asentamiento llamado Tel-abib a orillas del río Quebar (Ez 3:15), a menos de 160 kilómetros al sur de la ciudad de Babilonia. Los babilonios invasores habían llevado a alrededor de diez mil judíos a la aldea en el 597 a. C., incluyendo a Ezequiel y al último rey de Judá, Joaquín (2 Re 24:8-14).

El ministerio profético de Ezequiel comenzó cuando ya llevaba cinco años en Tel-abib (Ez 1:2), y siguió profetizando entre el pueblo durante al menos veintidós años (Ez 29:17). Debido a que Ezequiel le hablaba a personas a las que Dios había exiliado por su rebeldía continua en contra de Él, sus mensajes en su mayoría comunican juicio por pecados cometidos (Ez 4–32). Sin embargo, al igual que todos los profetas, también le proporcionó a su pueblo, que entonces no tenía una tierra propia, algo de esperanza para el futuro (Ez 33–48).

¿Por qué es tan importante Ezequiel?

El libro de Ezequiel pronuncia juicio tanto sobre Judá como sobre las naciones vecinas, pero también entrega una visión del reino milenial futuro, que complementa y agrega a la visión que se da en otros libros del Antiguo y el Nuevo Testamento. El libro de Ezequiel no solo presenta una imagen impactante de la resurrección y restauración del pueblo de Dios (Ez 37), sino que también da a los lectores una imagen del templo reconstruido en Jerusalén, una imagen tan completa que incluye el regreso de la gloria de Dios a Su morada (Ez 40–48). Esta última sección de la profecía de Ezequiel mira hacia un tiempo futuro en que el pueblo de Dios lo adorará, después del regreso de Cristo en los  tiempos finales, cuando Él gobernará a Israel y a las naciones desde Su trono en Jerusalén, durante mil años.

¿Cuál es la idea central?

Dios no envió a los judíos al exilio principalmente para castigarlos. A Dios nunca le ha interesado, ni le interesa ahora, castigar solo por castigar. En cambio, era Su intención de que el castigo y el juicio en los días de Ezequiel fuera el medio para alcanzar un fin, para llevar a Su pueblo a un estado de arrepentimiento y humildad ante Él, el único Dios verdadero. Ellos habían vivido por tanto tiempo en pecado y rebeldía, confiando en sus propias fuerzas y las de las naciones vecinas, que necesitaban que Dios les recordara de una manera muy dramática Su naturaleza santa y la humilde identidad de ellos. Después de siglos de advertencias, mensajes proféticos e invasiones, Dios tomó una acción más significativa: retiró al pueblo de su Tierra Prometida.

¿Cómo aplico esto?

Ezequiel llevó a cabo todo su ministerio profético en la pequeña comunidad de exiliados en Tel-abib, un pueblo desarraigado de sus hogares y sustento, obligados a vivir sus días en una tierra extranjera. ¿Puedes imaginar los sentimientos de desorientación y confusión que invadieron a estas personas? Aunque muchos de los exiliados habían estado directamente involucrados en el pecado que condujo al juicio de Dios, esto no impidió que se preguntaran por qué les estaba ocurriendo todo eso.

A veces nosotros también nos encontramos en ese mismo aprieto. Comenzamos a preguntar: «¿Por qué, Señor?», y esperamos la respuesta en silencio. Los exiliados tuvieron que esperar cinco años antes de que Dios enviara a Ezequiel, y cuando Él lo hizo, Su profeta tenía un mensaje que probablemente el pueblo no quería escuchar: Dios es el Señor del cielo y de la tierra, y el juicio que el pueblo estaba experimentando era el resultado de su propio pecado. El libro de Ezequiel nos recuerda, en esos tiempos oscuros en que nos sentimos perdidos, que busquemos a Dios, que examinemos nuestras propias vidas y que nos alineemos con el único Dios verdadero, el Dios de gracia abundante.
¿Considerarás hacer esto hoy?

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