No había nadie más poderoso que David. De niño, fielmente protegió las ovejas de la familia, tanto del león como del oso. Luego, dejó asombrada a la nación de Israel cuando derrotó al gigante Goliat. Él probó ser un valiente guerrero. Con David como comandante en jefe, ningún otro ejército era más temido que el de Israel. El rey David era un símbolo nacional de la verdad, la justicia y la compasión. Fue un músico, un escritor y un visionario. Ese fue el poderoso David, el ungido, un hombre conforme al corazón de Dios. ¡Qué gran legado! Sin embargo, en la cúspide de su éxito, con un palacio lleno de lujos y servidumbre, el rey David cayó en medio de la batalla. Pero su derrota no fue ante un león, un oso, un gigante o los filisteos. David perdió la batalla en contra de sí mismo.
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