El apóstol Pablo es un titán de la fe: escribió una porción significativa del Nuevo Testamento; fundó iglesias y pastoreó a los gentiles; y desarrolló, animó, enseñó y reprendió a los líderes de la iglesia. Aportó lecciones intemporales e inspiradoras de las que seguimos nutriéndonos hoy en día. ¡Qué legado! Pero, aunque el ministerio de Pablo fue glorioso, su testimonio previo a la conversión fue todo menos que eso. El orgullo de Saulo era tan grande que solo la obra aplastante y humilladora de Dios pudo desbaratarlo. La última parte de Isaías 13:11 dice: «Aplastaré la arrogancia de los orgullosos y humillaré la altivez de los poderosos». La vida de Pablo, como una flor prensada, se convirtió en una fragancia de vida debido a la presión que Dios aplicó a su corazón.

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