«Los hombres no lloran». Cuántas veces hemos escuchado decir esta frase. Asumimos que las lágrimas se hicieron para los niños y las mujeres. Solo en raras ocasiones los hombres realmente lloran y usualmente lo hacen estando a solas. ¡Cuán diferente a los personajes bíblicos! Una y otra vez leemos acerca de hombres de Dios musculosos, modelos de hombría, llorando en voz alta y abiertamente. El Salmo 56:8 dice que Dios pone nuestras lágrimas en «Su redoma» (botella) y lleva un registro de ellas en «Su libro». Si esto es así, Él ha etiquetado varias con el nombre de Jeremías. Este gran profeta muy seguido hundía su rostro entre sus manos y sollozaba en voz alta; sus lágrimas mancharon sus ropas e indudablemente empapó el diario que hoy conocemos como sus Lamentaciones. Pero antes de centrar toda nuestra atención en este libro, comprendamos un poco más a Jeremías, el hombre, sus tiempos y su ministerio.
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