Negarse a perdonar a alguien que está genuinamente arrepentido, puede causar heridas profundas y cicatrices permanentes que terminan aprisionando en la cárcel de su pasado al que se rehúsa a perdonar, provocando odio, amargura, animosidad, ira y venganza. Por otra parte, aceptar perdonar libera al perdonador de su tormentoso pasado, produciendo alivio, paz, gozo y restauración en las relaciones. ¡Perdonar (de igual manera que el dar) es algo que mejora nuestro servicio a Dios!
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