En un mundo de ritmo acelerado como en el que vivimos, es muy difícil darnos tiempo para practicar momentos de silencio y soledad. Sin embargo, esta disciplina doble es necesaria para enfocar nuestra atención en Dios y para recibir el alimento espiritual de Su Espíritu. Pues el Espíritu Santo habla en maneras que multitudes ruidosas a menudo pueden ahogar. Siguiendo el ejemplo de Cristo, de practicar el silencio y la soledad, nos preparará para escuchar la «voz sin ruido» de Dios al administrar Sus dones de descanso, claridad y paz en un mundo cansado, confuso y tumultuoso como el nuestro.
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