Si hubiéramos estado allí cuando nació Jesús, probablemente no habríamos creído que ese pequeño bebé que llora, acostado en una canaleta para alimentar animales, era en realidad el Señor de señores. Si lo hubiéramos visto a Él como un pequeño niño, jugando en la carpintería de su padre José, seguro no habríamos dicho: «Sí, no cabe duda; Él es el Rey supremo y todopoderoso». Si lo hubiéramos encontrado de camino al Río Jordán para ser bautizado, dudo que cualquiera de nosotros habría pensado que ese ordinario hijo de María tenía, en realidad, una posición imperial como un miembro de la Trinidad. ¿Quién se hubiera imaginado que dentro de esa humilde envoltura de carne humana, habitara el eterno, soberano y divino gobernante del universo? Pero así fue, Jesucristo es la revelación de Dios en forma humana. Él fue y sigue siendo el REY VENCEDOR.

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