Supóngase que usted hubiera vivido en terrible esclavitud y le dan la libertad. ¿Volvería usted, por decisión propia y libre, a vivir como esclavo? ¿Por qué causa un esclavo, ya libertado, querría volver a someterse a la esclavitud? ¿Por qué un exesclavo tomaría la decisión de volver a poner sus tobillos ya sanos en los grillos que lo lesionaron hasta el hueso?
Pero la pregunta más importante es la siguiente: ¿Por qué, habiendo respirado el aire puro y dulce del evangelio y sentido el calor del Hijo de Dios en su alma, va a volver a la mazmorra oscura y maloliente del legalismo?
Eso es precisamente lo que el apóstol Pablo quería saber al observar la errónea actitud de los gálatas. Después de examinar el terrible error que estaban cometiendo, Pablo les dice: “Me maravillo de que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente” (1:6). Realmente era un evangelio tan “diferente” que ya no era evangelio por ningún lado, sino un mensaje que exigía fe más obras para poder ser salvado. Este mensaje va en contra del evangelio real, pues hace creer que la salvación es un logro parcialmente humano y no una obra de gracia llena de misericordiosa y un milagro realizado exclusivamente por Dios.
En esta carta Pablo determina corregir esta herejía y desea animar a los gálatas a aferrarse al evangelio que él les había predicado: las buenas nuevas de libertad en Cristo Jesús.
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