Con la desilusión y la desesperación arrojando una creciente sombra sobre su camino, el autor de este diario comenzó a intensificar sus reacciones. El intelectualismo no le satisfizo. Los placeres le aburrieron. La risa no pudo aligerar la carga de su vida. Las posesiones, proyectos, parques, ganado, colecciones de piedras preciosas, esclavos, cantantes y hasta el sexo, nada hicieron para eliminar la monotonía de su existencia. A medida que la vida continuaba desmoronándose alrededor de Salomón, él reflexionó sobre la posibilidad de que las cosas iban a ser diferentes en la próxima generación. «Tal vez la respuesta está en los que vengan después de mí», pensó. Pero, como veremos en este estudio, ni siquiera eso le dio alguna esperanza. ¿Cuál fue el resultado? Dos veces dijo el monarca: «llegué a odiar la vida. . . . llegué a odiar el fruto de mi trabajo» (vv. 17-18). ¿Acaso nada funciona? ¿Habrá alguna búsqueda que en realidad satisfaga?

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