Todas las personas, en todos los lugares y en todo el mundo, tenemos algo en común: sabemos lo que significa sufrir. Sea que se trate de judíos o cristianos, musulmanes o hindúes, ateos o idólatras, las lágrimas son iguales para todos. El sufrimiento trasciende todas las culturas, invade a toda nación y traduce su mensaje de dolor a cada persona que jamás ha vivido. El problema del dolor requiere una receta potente. Las personas a quienes Pedro escribió eran creyentes esparcidos que habían sufrido las quemaduras de las llamas de la persecución. Sin embargo, no se limitó únicamente a consolarlos, sino que les animó a mirar más allá de sus circunstancias y observar con claridad su llamamiento celestial. Los animó a renovar sus esperanzas a través del fuego de las pruebas.
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