El ministerio auténtico no es para miedosos ni para farsantes. No hay la promesa de una vida de holgura ni de fama, ni tampoco de los privilegios del mundo empresarial, donde las cuentas de gasto no tienen límite y el trato es muy considerado. La mayoría de los ministros del evangelio pasan 30, 40 o 50 años en el ministerio, y lo que reciben al final, como reconocimiento de toda una vida de logros, es poco más que un agasajo con pastel y refrescos. Dios tiene una manera de despertarnos cada cierto tiempo a la realidad, en la peregrinación que hacemos hacia el logro de nuestros sueños, recordándonos que el ministerio auténtico tiene aristas filosas que pueden robarnos los sueños y cortarnos las alas del corazón.
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