En el Monte Carmelo, el pueblo de Dios vio y sintió el calor del fuego de Dios, que era una imagen viva del carácter santo de Dios. Nada como esto se había visto desde lo ocurrido en el Monte Sinaí, cuando Israel presenció las llamas y truenos de la presencia de Dios. Antes de cruzar a la Tierra Prometida, Moisés les advirtió una cosa con respecto a Dios: «Porque el SEÑOR vuestro Dios es fuego consumidor, un Dios celoso» (Deuteronomio 4:24). Cuando el fuego de Dios consumió el sacrificio de Elías junto con las piedras del altar, el profeta no tuvo que decirle a pueblo cómo debía responder. Ellos, por instinto, cayeron postrados rostro a tierra delante de Jehová diciendo: «El Señor, Él es Dios». El arrepentimiento de Israel señaló el fin de los tres años de juicio sobre la tierra. Muy pronto, la disciplina de Dios en forma de sequía terminaría, y la lluvia de bendiciones refrescaría a Israel una vez más. Porque volvería muy pronto a llover, tal como el Señor lo había prometido.
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