¿Quién escribió el libro?

Sabemos poco sobre Habacuc, excepto por las dos menciones de su nombre en este libro de profecía. En ambas ocasiones, él se autoidentifica como «el profeta Habacuc» (Ha 1:1; 3:1), lo cual parece indicar que era un profeta profesional. Esto puede significar que había sido parte de una escuela profética, uno de los grupos que surgieron en los días de Samuel para entrenar profetas en la ley de Moisés (1 Sm 19:20; 2 Re 4:38). Habacuc también puede haber sido un sacerdote involucrado en la adoración de Dios en el templo. Esta inferencia se basa en la declaración final del libro, que es semejante a frases encontradas en los salmos: «Para el director del coro: esta oración se acompaña con instrumentos de cuerda» (Ha 3:19).

¿Dónde nos encontramos?

Determinar la fecha del libro de Habacuc es un tanto más fácil que fechar la mayoría de los libros. Habacuc habla con frecuencia de una inminente invasión babilónica (Ha 1:6, 12; 3:16), un evento que ocurriría en una escala relativamente pequeña en el 605 a. C., antes de la destrucción total de Jerusalén, la ciudad capital de Judá, en el 586 a. C. La forma en que Habacuc describe a Judá indica un tiempo bajo en su historia. Si la fecha ha de permanecer cerca de la invasión babilónica, Habacuc probablemente profetizó durante los primeros cinco años del reinado de Joacim (que duró desde el 609 a. C. hasta el 598 a. C.), un rey que llevó a su pueblo hacia la maldad.

La profecía de Habacuc fue dirigida a un mundo que, a los ojos del pueblo de Dios, parecía estar al borde del desastre. Aun cuando el reino del norte había sido destruido en el 722 a. C., el pueblo de Dios había permanecido en Judá. Sin embargo, con otro poderoso ejército extranjero amenazando con arrasarlos, las personas fieles como Habacuc se preguntaban qué estaba haciendo Dios. ¿No le había dado Él la tierra a Su pueblo? ¿Se la quitaría ahora? La oración de Habacuc por el remanente del pueblo de Dios, frente a la destrucción, permanece todavía como un testimonio extraordinario de la fe genuina y la esperanza imperecedera.

¿Por qué es tan importante Habacuc?

Habacuc nos proporciona una de las porciones más extraordinarias de todas las Escrituras, un diálogo extenso entre Dios y uno de Sus profetas. Habacuc inició la conversación debido a su aflicción por la aparente falta de acción de Dios en el mundo. Él quería ver que Dios hiciera algo más, de manera particular en el área de impartir justicia a los malhechores. El libro de Habacuc nos muestra a un profeta frustrado, similar a Jonás, excepto que, en lugar de tratar de huir del Señor, Habacuc canalizó su frustración en oraciones y, finalmente, en alabanza a Dios.

¿Cuál es la idea central?

Cuando el profeta Habacuc se hallaba parado en Jerusalén reflexionando sobre la condición de su nación, Judá, debe haberse sentido perplejo. La mucha maldad prosperaba de manera descubierta, pero extrañamente Dios mantenía Su silencio. ¿Dónde estaba Él? ¿Permitiría Él que este desarreglo continuara por siempre?

Definitivamente no, según el Señor (Ha 2:2-3). Otra nación, Babilonia, vendría y llevaría a cabo la justicia en nombre del Señor. Los malvados de Judá, aquellos que pensaban que escaparían por siempre las consecuencias de sus malas acciones, pronto serían castigados.

El libro de Habacuc nos asegura que el orgulloso será humillado, en tanto que «el justo vivirá por su fidelidad a Dios» (Ha 2:4). Nos hace recordar que, aunque parezca que Dios permanece en silencio y no se involucra en nuestro mundo, Él siempre tiene un plan para lidiar con el mal, y que, al fin y al cabo, siempre hará justicia. El ejemplo del profeta Habacuc anima a los creyentes a esperar en el Señor, creyendo que Él realmente hará que todas las cosas cooperen para nuestro bien (véase Rm 8:28).

¿Cómo aplico esto?

Las preguntas que Habacuc le hizo a Dios son las que muchos de nosotros hemos considerado: «¿Tendré siempre que ver estas maldades? ¿Por qué debo mirar tanta miseria?» (Ha 1:3). Todos hemos visto la evidencia del mal en nuestras vidas. Todos hemos sido tocados por él. Tenemos cicatrices que están en varias etapas de curación. Rodeados por el mal como si estuviéramos atrapados en una oscura celda de prisión de nuestra propia creación, con frecuencia nos sentimos abatidos por nuestras malas decisiones y nuestro mundo caído. Sin embargo, el libro de Habacuc nos recuerda que ningún lugar es demasiado oscuro, y que ninguna muralla es demasiada gruesa como para impedir que la gracia de Dios penetre de manera poderosa y afirmadora de la vida.

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