Al aceptar las pruebas y tentaciones de la vida como amigas, al permitirles entrar en nuestro mundo privado y producir la rara cualidad de la perseverancia, nos convertimos en personas «de carácter maduro». No hay atajos. La idea de una perseverancia instantánea no tiene sentido. El dolor provocado por interrupciones y decepciones, por pérdidas y fracasos, por accidentes y enfermedades, por cambios y sorpresas, es el camino largo y arduo hacia la madurez.