Al encender la primera vela del Adviento—la vela de la profecía—hacemos una pausa en un mundo que exige rapidez. Pero el Adviento nos enseña el valor de la espera, la misma espera que vivió el pueblo de Israel mientras anhelaba la llegada del Mesías prometido. Hoy, no solo miramos hacia el pasado, sino también hacia el futuro, esperando el regreso de Cristo, sabiendo que las promesas de Dios nunca fallan. Esta vela de la profecía nos recuerda que, sin importar cuán oscura sea la noche, la luz de Cristo siempre brilla más fuerte, cumpliendo cada palabra de Dios. El tiempo de Dios es el tiempo es perfecto, y nuestra esperanza está segura en Sus manos. Tal como Pablo lo dice en Gálatas 4:4, «Cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo». Su venida no fue un plan improvisado, sino la obra perfecta del Dios soberano. Hoy celebramos que nuestra esperanza está firmemente anclada en la fidelidad de Dios, quien nunca falla y siempre, siempre cumple lo que promete.
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