Las cualidades que los bebés traen al mundo nunca envejecen. La suave y delicada piel, la hermosa calma de su sueño, las pequeñas manos y los pies tan perfectamente formados. Cuando un bebé llega a nuestras vidas, padres, abuelos, tías, tíos, hermanos, o hermanas nos gloriamos en la magnificencia del don de la vida de Dios. Pero cuánto más se regocijó de asombro aquella primera familia de la Navidad al darse cuenta de que el niño que había nacido era en realidad Emmanuel, Dios con nosotros.
Cuando Dios tomó forma humana en la encarnación, Él trajo una maravilla al mundo que todavía estaba por verse. Los actos dramáticos de juicio y rescate que encontramos registrados en el Antiguo Testamento no se compararon a la unión de la humanidad y la divinidad en el niño Jesús.
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