Puede ser que una medallita de oro en forma de cruz cuelgue de su cuello y que la use con el propósito de comunicarle al mundo de su fe en Cristo. La cruz también simboliza cierto tipo de moralidad entre los Cristianos. Al usarla, usted usualmente recibe cierto respeto de parte de la gente. Pero si usted toma esa diminuta pieza de oro y se remonta unos dos mil años atrás y trata de usarla alrededor de su cuello, o como broche en su saco, la gente lo miraría de manera extraña, pensando que a lo mejor usted se ha vuelto loco. En ese entonces, la cruz no era un símbolo de fe, sino de fracaso, de vergüenza. En aquel entonces, las cruces no se pulían, ni eran de buena estima. Eran hechas de madera tosca con clavos de hierro. Para Jesús, quien no tuvo lugar en la posada cuando nació, y ningún lugar en donde reposar Su cabeza durante Su vida, la cruz fue Su último lugar de descanso. Ahí, Él levantó Su cara fatigada y ensangrentada y pidió al Juez del universo, no por venganza, sino por justicia, por misericordia y perdón para aquellos que se habían burlado de Él y lo habían crucificado. Fue en la cruz, donde la humanidad recibió una segunda oportunidad. Y un Padre ansioso recibió con los brazos abiertos a Su único Hijo de vuelta a casa. Es por eso que por más de dos mil años la cruz ha capturado la atención de poetas, filósofos, artistas y también de joyeros. En la más cruel brutalidad, han visto algo hermoso; han hecho de esa madera tosca, algo de oro. Pero nada comparado con lo que la cruz significa para el Hijo de Dios.

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