Si la raza humana entera quedara ciega de repente, el sol seguiría brillando de día y la luna de noche. Si de repente todos nosotros nos quedáramos sordos, los pájaros seguirían cantando y los arroyos balbuceando. Y si de repente nos contagiáramos con la «enfermedad» del ateísmo, Dios seguiría existiendo en Su gloria resplandeciente. El creer o no en Dios no le añade nada a ni le quita algo de Su gloria, de la misma manera que nuestros sentidos visuales o auditivos controlan al sol y a los pájaros. Y aún si de repente se apoderara de nosotros la desobediencia y la arrogancia de robarle la gloria de Dios, con todo, Él no sería disminuido en lo más mínimo. La GLORIA de Dios es Suya y únicamente Suya —y no la comparte con nadie más.
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