Con demasiada frecuencia, nosotros los pastores tendemos a lucir sonrisas al revés. Las cargas del ministerio—especialmente durante las épocas más ocupadas—a menudo causan que nuestro gozo se convierta en un ceño profundo y arrugado.

¿El remedio? Necesitamos reflexionar en las buenas dádivas que Dios nos ha dado. ¡Y necesitamos hacerlo a menudo!

Por si acaso necesita un poco de ayuda con esta tarea, lea este salmo:

Que todo lo que soy alabe al Señor;
con todo el corazón alabaré su santo nombre.
Que todo lo que soy alabe al Señor;
que nunca olvide todas las cosas buenas que hace por mí.
Él perdona todos mis pecados
y sana todas mis enfermedades.
Me redime de la muerte
y me corona de amor y tiernas misericordias.
Colma mi vida de cosas buenas;
¡mi juventud se renueva como la del águila!
El Señor da rectitud
y hace justicia a los que son tratados injustamente. (Salmos 103:1–6, NTV)

El salmista lista varios beneficios para mover nuestros pensamientos. Al reflexionar en los regalos que Dios nos ha dado, es útil ser específico.

  • ¿Tiene vista? Es un regalo.
  • ¿Tiene inteligencia? Es un regalo.
  • ¿Tiene la capacidad de enseñar y predicar efectivamente?
  • ¿Tiene habilidades de liderazgo que provocan que otros le sigan?
  • ¿Le ha dado Dios una familia?
  • ¿Le ha proporcionado la suficiente ropa?
  • ¿Acaso no le ha dado Dios una cama agradable, suave y acogedora en noches frías de invierno o un lugar cómodo para vivir los días del ardiente verano?

Estos son regalos de la mano misericordiosa de Dios.

¡Aquí está el detalle: a muchos de nosotros nos pagan por estudiar y predicar la Palabra de Dios! Nunca me he recuperado de ese hecho. ¡Qué bendición! Como Pablo preguntó:

“¿Qué tiene que no recibió?” (1 Corintios 4:7).

Todo proviene de Dios.

Reflexione en los numerosos regalos que el Señor le ha dado— "y no olvide ninguno de Sus beneficios". Eso aumentará su gozo. Y una sonrisa pronto reemplazará ese ceño.