Si pensamos que no podemos ganar la lucha contra las incesantes tentaciones de la carne, entonces las Escrituras se mofan de nosotros. Se nos presenta delante de nosotros una esperanza que nunca se realizará. Para ponerlo incluso más crudamente: Pablo era un mentiroso.

Pero, felizmente, estamos en una guerra que se puede ganar. Pablo no estaba mintiendo. Le ofrezco cuatro verdades que pueden armarnos para el conflicto.

Primero, es esencial apreciar la naturaleza de la batalla. Es una guerra universal que empezó en el mismo huerto del Edén y nos incluye a todos. Nuestra naturaleza carnal desea satisfacción en las mismas cosas que Dios detesta. Y hasta que estemos con el Salvador en el cielo, ¡la guerra civil de todas las edades sigue rugiendo! Sí, experimentaremos el ataque de Satanás desde afuera, pero tenemos dentro un enemigo que no debemos ni olvidar ni ignorar. La carne nunca se va de vacaciones.

Segundo, sin el Espíritu de Dios somos impotentes para ganar la guerra contra la carne. Mediante una sumisión consciente permitimos la intervención del Espíritu Santo en los primeros momentos de decisiones cruciales. Nuestra capacidad para hacer eso crecerá conforme practicamos las disciplinas espirituales. Todas ellas nos preparan para la batalla. Todas ellas nos dan una mayor intimidad con el Todopoderoso, que vive en nosotros. El resultado es predecible: cuando enfrentamos la tentación, el Señor libra la batalla por nosotros.

Tercero, el desarrollo de esta disciplina es asunto personal. No podemos depender de nadie más para cultivar nuestra propia disciplina de dominio propio. Pablo escribió: “golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre” (1 Corintios 9:27, énfasis añadido). Esto es algo que cada uno de nosotros debe hacer con la fuerza del Señor. Si alguien más nos contiene, ¡no es dominio propio! Como pastor, he visto a muchos casarse con la esperanza de que la fortaleza del cónyuge apuntale su propia debilidad. (Estoy seguro que usted también lo ha visto). Con mayor frecuencia el caso es lo opuesto. No hay magia en el matrimonio. Un matrimonio santo puede ser un instrumento de la obra de Dios para hacernos más semejantes a Cristo, pero el matrimonio en sí mismo no hace a nadie más fuerte. El cultivo de la disciplina del dominio propio no puede ser la responsabilidad del esposo o la esposa.

Finalmente, ignorar las consecuencias es invitar el desastre. La falta de dominio propio invariablemente nos hará avergonzar a nosotros, nuestros ministerios y nuestros seres queridos. Con cuestiones de dominio propio, por lo general estamos lidiando con cosas que sabemos que son malas y que tendrán consecuencias negativas. Por lo general incluyen algo habitual, lo que quiere decir que las personas a quienes hacemos daño probablemente están agotándose. Lo que es peor, impacta adversamente nuestra vida espiritual.

En 1 Corintios 9:27 Pablo usa una palabra griega que aquí se traduce “ser eliminado.” Esta expresión está bien en línea con la imagen verbal de una competencia atlética, pero la expresión “ser eliminado” pudiera llevarnos a conclusiones erradas en cuanto a las consecuencias espirituales. La salvación y la seguridad del cielo no son cuestiones que Pablo tiene en mente aquí. Obviamente, ningún creyente pierde la salvación por el hecho de perder el dominio propio.

Sin embargo, es muy posible que la acción disciplinaria de Dios lo elimine a uno de la carrera. He visto, en más de una ocasión, a un pastor a quien Dios saca de la cancha por el bien de la familia, el ministerio y, por supuesto, el individuo.

Repito: Le insto a que aprecie la naturaleza de la batalla. Recuerde que necesita al Espíritu de Dios para la victoria. Asuma la responsabilidad personal de cultivar el dominio propio . . . y niéguese a ignorar las consecuencias.

Esas consecuencias son desastrosas.

—Chuck