Nunca olvidaré un principio que oí del gran teólogo presbiteriano Francis Schaeffer en una de sus conferencias. Allí estaba él, con pantalones cortos y un suéter de cuello de tortuga, entregando un mensaje a un grupo de oyentes jóvenes, idealistas . . . y muchos de nosotros luchando por abrirnos paso. Le oí decir esto vez tras vez: “La obra del Señor se debe hacer a la manera del Señor. La obra del Señor se debe hacer a la manera del Señor. La obra del Señor se debe hacer a la manera del Señor.”

Si usted está apurado, puede hacerlo que funcione a su manera. Puede tener un motivo puro y todas las marcas de espiritualidad, pero no será la manera del Señor. Deténgase y percátese de eso.

En su espléndido libro The Apostle (El Apóstol), John Pollock dice:

La ironía no se perdió en él, de que el poderoso Pablo, que originalmente había venido a Damasco con todos los perifollos de representante del sumo sacerdote, debiera hacer su última salida en una canasta de pescados, ayudado por los mismos que había venido a lastimar.1

De eso se trata, ¿verdad?

Simplemente para dejar las cosas claras, nuestras vidas y ministerios no están atrapadas “en las garras de las circunstancias.” Nuestras cabezas no deben estar “sangrando pero no inclinadas.” Ni usted ni yo somos “capitanes de nuestro destino” ni tampoco “capitanes de nuestra alma.” Debemos depender por entero, continua y completamente de la misericordia de Dios, si queremos hacer la obra del Señor a la manera de Dios. Pablo tuvo que aprender eso; y también debemos aprenderlo nosotros.

Mi pregunta es: ¿Está usted aprendiendo eso? Si no, hoy sería un buen día para empezar.

—Chuck