Si se me permite tomar prestado el famoso renglón de apertura de Carlos Dickens, la Navidad puede ser “el mejor de los tiempos, y el peor de los tiempos.” Tenemos ambas cosas, ¿verdad?

¿Quién no ha temblado en septiembre cuando los almacenes desempolvan y exhiben los árboles artificiales de Navidad? ¿Quién no se ha sentido incómodo por el obligatorio intercambio de regalos con individuos a quienes uno casi ni conoce? Hay algo en esas experiencias anuales que hacen que parezca como “el peor de los tiempos.”

Pero yo prefiero ver la Navidad como “el mejor de los tiempos.” Este es el recordatorio anual de Dios para nosotros, que en efecto nos dice: “¿Sientes el calor en todas las luces? ¿Hueles el aroma del árbol? ¿Ves todos esos regalos? ¿Oyes todos esos villancicos? Mi Hijo vino y murió por ti.” Las cosas familiares son recordatorio de cosas esenciales.

“Por esto, yo no dejaré de recordarles siempre estas cosas,” escribió el apóstol Pedro, “aunque ustedes las sepan” (véase 2 Pedro 1:12). ¿No le parece grandioso? Necesitamos recordatorios regulares de las verdades esenciales.

En el Antiguo Testamento el Señor usó objetos tangibles y acciones como disparadores de recuerdos: filacterias en la frente, comida especial en la Pascua, piedras junto a ríos y trompetas para el Año Nuevo. Las vistas, sonidos, aromas —estas tradiciones de temporada— volvían a atizar las emociones del pueblo de Dios y les recordaba su amor y sus mandamientos. La Navidad puede hacer lo mismo en nosotros.

Usted coloca su árbol, lo adorna, y envuelve los regalos. Usted predica en un culto especial de Nochebuena. Todo eso es familiar . . . simplemente palabras, simplemente luces, nada más que un árbol, unos cuantos regalos, otros villancicos.

¡Un momento!

Recuerde que Jesús nació de una virgen. No se olvide cómo los ángeles iluminaron con la gloria de Dios el potrero donde estaban los pastores, anunciando el nacimiento de un Salvador. No es simplemente un sermón de Navidad. Usted y yo necesitamos al Salvador, Alguien que quisiera y pudiera morir por nuestros pecados.

¿Mi consejo esta Navidad? Permita que las tradiciones de la temporada sirvan para usted como un recordatorio. Permita que las cosas familiares le dirijan a las cosas esenciales.

No se las pierda.

—Chuck