Procediendo de muchos trasfondos diferentes, la iglesia inicial se reunió alrededor de la unidad de la fe en Jesucristo como el Mesías. Usando términos de la actualidad, la iglesia inicial fue una familia mixta. Estos diversos trasfondos cultivaron el almácigo para la disfunción. ¿En la iglesia? Precisamente.

En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración
de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos eran desatendidas
en la distribución diaria. Hechos 6:1

Tal vez las necesidades habían crecido tanto que era imposible que los líderes estuvieran al tanto de todas ellas. Eso sucede con facilidad. Incluso en un medio ambiente en que “tenían todas las cosas en común” (Hechos 4:32), el tratamiento preferencial se inmiscuye; y con ello, naturalmente, se intensifican las quejas. ¡Algunas cosas nunca cambian! Los judíos helenistas estaban quejándose . . . echando la culpa . . . rezongando. Observe cómo los apóstoles lidiaron con esta queja. Su respuesta es instructiva:

Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es
justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas. Buscad,
pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos
del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo. Y
nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra. Hechos 6:2-4

No entendamos mal las palabras de los apóstoles. No hay nada de malo, en sí mismo, en servir a las mesas, o sea, atender necesidades físicas. A decir verdad, todo eso es completamente correcto. El problema es cuando para dar atención a esas necesidades se requiere que descuidemos la Palabra de Dios.

Jesús experimentó este asunto también. Cuando su ministerio creció tanto que las necesidades físicas de las personas exigían mucho tiempo, Cristo se retiró a solas para orar. Los apóstoles le buscaron y le dijeron que todos lo estaban buscando. ¿Por qué? Querían sanidad. Cristo les respondió modelando para sus discípulos la importancia de las prioridades:

Vamos a los lugares vecinos, para que predique también allí; porque para esto
he venido. Marcos 1:38

Jesús sabía la prioridad de mantener la oración y la predicación como asuntos centrales su ministerio. Los apóstoles deben haberlo recordado, puesto que aplicaron la misma norma cuando crecieron las necesidades de la iglesia.

Nadie jamás va a exigirle que usted ore más o dé mayor prioridad a la Palabra de Dios. Las necesidades físicas siempre gritan más fuerte. Y lo predecible ocurrirá: Dedicaremos tanto tiempo a engrasar los ejes que chirrían que descuidaremos la oración y la Palabra de Dios. Podemos dedicarnos tanto a tratar de “hacer que la iglesia marche” (lo que quiera que eso quiera decir) con nuestras propias fuerzas que nos dedicaremos a complacer a la gente con técnicas impresionantes de mercadeo y estrategias organizacionales corporativas en lugar de mantener lo primero, primero.

Pero, un momento: ¿acaso Jesús no quiere que la iglesia crezca? Ni dudarlo. De hecho, Él ha prometido hacerlo. Así que ¿cuál es nuestra tarea? ¿Cuáles son nuestras prioridades? Una iglesia que funciona apropiadamente se mantiene comprometida a sus cuatro elementos bíblicos esenciales: enseñanza, comunión, el partimiento del pan y la oración (véase Hechos 2:42). Lea de nuevo esa frase, ¡por favor!

En la primera iglesia de la que se tiene noticia, eran los creyentes los que sembraban las semillas y las regaban, como el apóstol Pablo le recordó a sus lectores, “pero el crecimiento lo ha dado Dios” (1 Corintios 3:6).

Hoy sigue siendo lo mismo.

—Chuck