¿Recuerda usted al profesor o maestro de seminario que usted tuvo y que carecía de tacto? El aprendizaje regularmente se sacrificaba en el altar del miedo. Uno se preguntaba cada clase si ese sería el día en que a uno lo escogería y avergonzaría mediante algún comentario denigrante en público. ¿Recuerda al vendedor que usted encontró y que carecía de tacto? Una vez que usted lo descubrió (y por lo general sólo se necesita 60 segundos), usted quería sólo una cosa: ¡escaparse! ¿Recuerda al jefe para quien usted trabajaba y que no tenía tacto? Usted nunca sabía si él alguna vez lo entendió o lo consideraba como persona valiosa. Y, ¿quién puede olvidar al médico que no tiene tacto? Uno no es un ser humano; uno era el caso No. 36, un cuerpo con presión sanguínea, un historial de diarrea crónica, y cálculos en la vesícula biliar; “y necesita cirugía de inmediato.” Todo esto dicho en perfecta monotonía mientras examina la carpeta repleta de radiografías, fichas y documentos cubiertos con jeroglíficos avanzados. Brillantes, capaces, de experiencia, títulos, y respetados . . . pero sin tacto.

Ah, eso es malo; pero, ¿sabe lo que es peor? Un pastor sin tacto.

El ejemplo clásico de la humanidad sin tacto, y me avergüenza declararlo, es el pastor abrasivo que piensa que su llamamiento es pelear por la verdad con escasa o ninguna consideración por los sentimientos de los oyentes. Parece deleitarse en cultivar un púlpito devastador que flagela en vez de animar, que revienta en lugar de edificar. Este predicador pisotea los sentimientos de las personas como un tractor agrícola, dejándolos enterrados en la tierra de la culpa y vergüenza y, peor que eso, profundamente ofendidos. Desde luego, supuestamente hace esto en el nombre del Señor, ¿verdad? “Hacer algo menos sería un acomodo y falsificación.” Su arma asesina es el instrumento romo escondido detrás de sus dientes. Su modus operandi favorito es hacer a un lado o denigrar abiertamente a otros . . . y detrás hay un callejón regado con los retazos de corazones destrozados, almas amargadas, y otros que anteriormente asistían a la iglesia.

Permítame recordarle: “El corazón del justo piensa para responder,” escribe Salomón. Lo que calma la ira es “una respuesta blanda,” escribió. Con su lengua el sabio “adornará la sabiduría,” añade. Y no se olvide el impacto de los proverbios: “la lengua de los sabios es medicina,” y “El hombre se alegra con la respuesta de su boca; Y la palabra a su tiempo, ¡cuán buena es!” (véase Proverbios 15:28; 15:1-2; 12:18; 15:23). Me encantan las palabras de Pablo al joven pastor Timoteo:

Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él. 2 Timoteo 2:24-26

Al pasar al púlpito y predicar este domingo, intencionalmente cuidémonos de hacer daño y dediquemos nuestros esfuerzos a sanar. No necesitamos hacer acomodos con la verdad de la Palabra de Dios. No estoy sugiriendo eso. Estoy instando a que seamos gentiles y sensibles cuando tocamos los tiernos sentimientos de otros. Vuelva y lea de nuevo el consejo de Pablo: lentamente y pensándolo. Embarquémonos en el autobús del Señor y disfrutemos unos con otros, y dejemos que Él haga su obra.

El amor y la aceptación de unos a otros se cultivan en el contexto del tacto.

—Chuck