No hace mucho compilé una lista breve de algunas de las batallas únicas que acompañan al cargo del pastor. Me gustaría decírselas en este y los próximos artículos. En tanto que las batallas que los pastores enfrentamos son muchas, quiero considerar cinco en particular . . . no necesariamente en orden de importancia.

La primera es el problema del autoritarismo. Es fácil que el pastor se vuelva autoritario. ¿Cómo se ve eso? Si el ministro innecesariamente reprime la libertad del pueblo de Dios, si se vuelve inflexible y dictador, tiránico y opresivo, si intimida a la gente con amenazas, si carece de un corazón servidor, si no se deja que enseñar, si la arrogancia ha reemplazado a la humildad, entonces se ha vuelto autoritario. Necesita reprensión . . . aunque sea el pastor.

Pídale a unos pocos íntimos, tal vez a algún colega de confianza —o a su esposa, ¡si se atreve!— que le hagan saber si usted empieza a desviarse al autoritarismo. No es lo mismo que liderazgo. Es liderazgo enloquecido. Dicho sin tapujos, es pecado.

Recuerde las palabras de Jesús a sus doce hombres cuando ellos discutían sobre quién era el primero en importancia: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir” (Marcos 10:45).

Usted recuerda el resto.

—Chuck