Hace años serví como pastor en una iglesia que tenía una “Declaración de consagración” que explicaba en términos concisos la seriedad de nuestras responsabilidades, y la santidad de nuestros papeles, como líderes cristianos. Quiero contársela.

Al leer las palabras, aproveche usted la oportunidad para reafirmar su consagración al Señor y a su obra. Permítame animarle a que lea en voz alta lo que sigue, si puede hacerlo en este momento.

  • Reconozco que el Señor, mi Dios, es responsable por mi nombramiento a este lugar de liderazgo. Por consiguiente, seré su representante, escuchando su Palabra, y obedeciendo su voz al cumplir mis responsabilidades.
  • Por sobre toda otra sugerencia y consejo, procuraré oír el consejo del Dios Todopoderoso (según se revela en las Escrituras) en toda decisión principal conectada con mi participación en este ministerio.
  • Me refugiaré y me apoyaré en el Espíritu de Dios antes que en mi propia carne o destreza, o en la de alguna otra persona. Haré todo esfuerzo para desempeñar bajo el pleno control del Espíritu Santo el liderazgo en este cargo.
  • Con todo mi corazón temeré al Señor Jesucristo, mi Dios, y le reconoceré como el Jefe Soberano de esta iglesia . . . mereciendo mi fidelidad sin reservas, sumisión, diligencia y consagración. Honraré su nombre.
  • Dándome cuenta de la fuerte tendencia a hacer acomodos en esta consagración, abiertamente declaro mi dependencia en Dios y mi necesidad de otros en la familia de Dios. Como siervo del Señor del cuerpo, su iglesia, me guardaré contra toda tentación de los enemigos del liderazgo santo—autoritarismo, codicia, hipocresía, racionalización, exclusividad, sensualidad, orgullo, irresponsabilidad —y cumpliré mis responsabilidades para la mayor gloria y alabanza de mi Maestro, Jesucristo, a quien amo y obedezco de buen grado.

¿Representa esto su consagración como pastor? Si es así, me uno a usted para decir: “¡amén!” Estoy totalmente por la obra del ministerio; sea a solas o rodeado de amigos, malentendido o afirmado, agotado o energizado, enfrentando resentimiento o respeto, a solas con mis libros en el estudio o proclamando con la Biblia desde el púlpito, bajo presión o tranquilo bajo el sol. Dios me ha llamado a dirigir, y eso es exactamente lo que debo hacer, me guste o no, a tiempo y a destiempo. Para mí, no hay otra opción.

Es cuestión de obediencia.

—Chuck