¿Has escuchado la historia del equilibrista encerrado en un campo de concentración ruso? Tras la muerte de Stalin, cuando la presión sobre los prisioneros comenzó a disminuir, este hombre decidió entretener a sus compañeros caminando sobre una cuerda floja. Un día, un rabino, intrigado por su destreza, se le acercó y le preguntó cómo podía caminar sobre una cuerda tan delgada sin caerse. El artista sonrió y respondió que él fija sus ojos a donde va y jamás piensa en caerse.
Qué imagen tan poderosa. Y qué paralelismo tan claro con nuestra vida en Cristo. Caminar en la gracia de Dios es, muchas veces, como andar sobre una cuerda floja. Hay riesgo, sí. Hay alturas que nos intimidan. Pero también hay dirección. . . y un Dios que sostiene.
La gracia: ¿demasiado buena para ser verdad?
Desde que publiqué mi libro de El Despertar a la Gracia, no han faltado las preguntas que revelan tanto preocupación como confusión: «¿No es riesgoso hablar tanto sobre la gracia?», «Y si alguien se aprovecha de ella?», «¿No terminarán usándola como excusa para pecar libremente?»
Y la respuesta a estas preguntas es esta: ¡por supuesto que sí! Siempre habrá quienes malinterpreten la libertad que ofrece la gracia como licencia para pecar. Pero como decía el pastor galés Martyn Lloyd-Jones: si nuestra enseñanza sobre la gracia nunca provoca este tipo de preguntas, probablemente no estamos predicando la verdadera gracia.
Dos caminos equivocados
En el primer siglo, el apóstol Pablo tuvo que enfrentar este dilema. Y, en pleno siglo XXI, seguimos lidiando con los mismos extremos. Dondequiera que florece la gracia, surgen dos reacciones equivocadas:
- Los abusadores de la gracia: aquellos que convierten la libertad en excusa para vivir sin freno.
- Los asesinos de la gracia: aquellos que, por temor al desorden, sofocan la libertad mediante reglas humanas.
Cualquiera de estos dos caminos es igual de peligroso. Uno tropieza con la insensatez; el otro se ahoga en la religiosidad. Pero entre esos dos extremos existe un camino más elevado y verdadero: la gracia que libera.
¿Qué significa ser liberado por la gracia?
Cuando alguien abraza la gracia de Dios con sinceridad, algo profundo ocurre. Esa persona experimenta una libertad como ninguna otra. No es la libertad de hacer lo que se quiere, sino la libertad de ya no estar esclavizado por aquello que solía dominarle.
La gracia no solo nos libera del pecado y su condenación, también rompe las cadenas invisibles del «debo hacerlo bien», «no puedo fallar» y «tengo que cumplir».
¿Es una libertad sin límites?
No exactamente. La gracia no es anarquía. No se trata de hacer lo que se me antoje. La libertad cristiana tiene límites, sí. . . pero estos no son impuestos desde afuera. Nacen del Espíritu de Dios obrando dentro de nosotros.
A veces, por amor, elegimos frenarnos de decir o hacer algo. No porque alguien nos lo imponga, sino porque amar a los demás es más importante que defender nuestros derechos individuales. Eso es madurez espiritual. Eso es la gracia en acción.
Lo diré con franqueza: la libertad puede asustarnos. Muchos prefieren que se les diga qué hacer, qué creer, cuándo actuar. Es más sencillo tener una lista de reglas que asumir la responsabilidad de caminar con Dios en libertad. ¿El resultado? Una fe inmadura. Una espiritualidad estancada. Una vida cristiana que no crece, porque depende de otros para funcionar. Pero Cristo no murió para hacernos dependientes de un sistema religioso; murió para hacernos verdaderamente libres.
Sí, la gracia puede ser mal utilizada. . . pero la solución no está en añadir más restricciones impuestas por otros. La verdadera moderación nace del Espíritu Santo, obrando en el corazón del creyente. La Biblia no nos llama a legislar restricciones personales. Eso es legalismo. Eso asfixia la gracia.
La solución: fijar la mirada en Cristo
Recuerda al equilibrista. No evitaba caer porque ignoraba el peligro, sino porque mantenía su mirada fija en su destino. De la misma manera, solo cuando fijamos nuestros ojos en Cristo podemos avanzar por la cuerda floja de la vida sin temor. Como dijo Jesús: «Y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres» (Juan 8:32).
Después de casi cincuenta años observando la vida cristiana, estoy convencido de algo: la mayoría de los creyentes no necesita ser controlada. . . ¡necesita ser liberada! Nuestro llamado no es imponer, sino acompañar; no es restringir, sino liberar para que cada persona camine con Cristo en gracia y en verdad.
¡Atrévete a ser libre!
Querido lector, si tu anhelo es vivir por gracia, no temas caminar por la cuerda floja. Teme, más bien, quedarte inmóvil por el miedo. Da el siguiente paso. Y al hacerlo, no mires hacia abajo ni a los lados. Mira a Cristo. Porque al mirarlo a Él, descubrirás mucho más que Su poder para salvar. Verás Su ternura, Su justicia, Su fidelidad. Esta gracia no solo nos rescata del juicio, sino que nos llama a vivir con propósito. . . a reflejar Su gracia ante los demás.
La gracia no es una teoría para debatir en un salón de clases. Es una realidad viva que nos invita a caminar en libertad, con los ojos puestos en Jesús. Entre el libertinaje que destruye y el legalismo que asfixia, Dios nos ofrece un camino mejor: uno en el que la gracia nos transforma desde dentro, nos libera para vivir en verdad, y nos sostiene paso a paso en la cuerda floja de la vida. . . sin miedo a caer.