Daniel 4:30-31

¿En qué momento una confianza sana se convierte en orgullo destructivo?

La escena es cinematográfica. Nabucodonosor camina sobre los techos de su palacio, contemplando jardines colgantes, murallas imponentes, templos majestuosos. Abre la boca y se da a sí mismo todo el crédito: «Yo edifiqué… con mi fuerza… para mi gloria» (cf. Daniel 4:30, NBLA).

Mientras aún habla, una voz del cielo lo interrumpe declarando que su reino ha sido quitado (cf. Daniel 4:31). Es como si Dios hubiera estado escuchando cada palabra, esperando el momento preciso en que el orgullo rebasa el límite. La cuerda se rompe. Lo que el rey pensaba que era seguridad, se revela como una trampa.

El orgullo no comienza con frases tan obvias. Antes de llegar al «yo lo hice todo», suele iniciarse con pequeños desplazamientos del corazón: dejamos de decir «Dios me ayudó» y empezamos a decir «yo me esforcé»; olvidamos que todo don viene de arriba y empezamos a vernos como fuente.

El problema no es disfrutar lo que Dios te ha permitido construir; el problema es olvidar que fue Él quien te dio la vida, la capacidad, las oportunidades. Cuando te adueñas de la gloria, te pones en el lugar más peligroso del universo: el lugar que solo le corresponde a Dios.

Hoy, pregunta honesta: ¿en qué áreas hablas más de «mi logro, mi talento, mi ministerio» que de la gracia de Dios? Tal vez no estás caminando en un palacio, pero tus palabras revelan el mismo corazón.

El orgullo es cuando tus «yo» ahogan tus «gracias Señor»; en ese preciso momento, la cuerda de la misericordia está a punto de reventar.

Adaptado de la guía de estudio, Daniel: God’s Plan for the Future, publicado por Insight for Living. Copyright © 2002 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.