Si el sudor fuera sangre, mi estudio estaría teñido de rojo. También el suyo. Como pastores, parte de lo que nos ayuda a convertirnos en buenos comunicadores es pagar el precio personal de estar bien preparados. Eso exige arduo trabajo.

“El Predicador,” nos dice Salomón, “enseñó sabiduría al pueblo,” y esto tuvo lugar al “escuchar, . . . escudriñar,” y componer sus pensamientos (Eclesiastés 12:9). Estos verbos se hallan en la forma intensiva en el hebreo. En otras palabras, para llegar a estar bien preparado, uno tiene que sacrificarse. ¡El costo es alto, tanto en tiempo . . . como en herramientas!

Compre libros que le ayuden a entender la Palabra de Dios. Algunos de mis mejores libros son los que yo llamo mis libros “comprados con sangre.” Cuando estaba en el seminario solía donar una pinta de sangre por lo que me pagaban veinte dólares. Compré toda una serie del Antiguo Testamento con dinero de sangre. Compré un diccionario teológico del Nuevo Testamento con dinero de sangre. Se suponía que debía donar sangre una vez cada seis semanas, pero ocasionalmente lo hacía cada cinco semanas. ¡Una vez fui a las cuatro semanas! Mi esposa me decía: “Pienso que estás exagerando en esto de la biblioteca.” Ella tenía razón. Pero, vamos, ¿en dónde más puede uno tener a un centenar de eruditos en la punta de los dedos cuando uno está atascado en algún pueblito perdido en las montañas, o en la metrópolis que es la capital? Consiga y utilice buenas herramientas.

Usted tendrá que lidiar con severidad con la tentación de danzar alrededor del pasaje en lugar de hurgar profundamente, especialmente cuando el tiempo queda corto. Así que empiece temprano. Usted y yo sabemos que el pánico del sábado por la noche no rinde producto de calidad el domingo. “Un púlpito nebuloso pone niebla en la banca” es otra manera de decirlo.

Le animo a que ponga por escrito sus ideas. No se confíe en la memoria. Ponga por escrito esos pensamientos fugaces que le vienen a medianoche. Muchas veces me he levantado para anotar algo que no quería perder. Cuando no lo hice, casi sin excepción, me había olvidado de esos pensamientos a la mañana siguiente. Yo utilizo como unas veinte o treinta hojas de papel tamaño carta rayado por sermón escribiendo cosas. He descubierto que es al poner por escrito mis pensamientos que mis ideas toman forma y se reducen a términos entendibles. Es al “meditar, investigar y componer” los pensamientos que el predicador se prepara bien.

Ah, y por favor, no se sienta mal llevando notas y un bosquejo al púlpito. (¿Nunca le dijeron eso en el seminario, verdad? A mí tampoco). ¿Qué puede ser más frustrante que estar bien preparado para comunicar, tan sólo para olvidarse la mitad del sermón antes de que cante el coro? Los mejores expositores que he oído utilizan notas.

Cambiar vidas es tarea de Dios. Nosotros descansamos en Él para eso, incuestionablemente. Pero estar bien preparados . . . esa es nuestra responsabilidad.

—Chuck