La semana pasada le dije la primera mitad de un montón de lecciones que he aprendido en mis años como pastor. Antes de decirle la otra mitad, quiero ayudarle a sonreír un poco. (Nosotros, los pastores, ¡necesitamos sonreír mucho más!)  Hace años alguien me envió un recorte de algún periódico. Escolares de quinto grado de primaria habían presentado lo que habían aprendido en la vida. Esta es una muestra de sus gemas de sabiduría:

  • He aprendido la diferencia entre comida de perros y albóndigas.
  • He aprendido que uno no tiene que tomar en serio las relaciones con los muchachos, hasta que una tenga . . . quince años.
  • He aprendido que si uno come pastel de queso y se ríe muy fuerte, se le sale por la nariz.
  • He aprendido que incluso la persona más lista, no siempre tiene la razón.
  • He aprendido que no se le debe tomar una foto a un bebé en una mesa, porque comienza a rodarse (y llorará mucho).
  • He aprendido que la vida no es justa.
  • He aprendido a no comer toneladas de sopa de frijoles y jugar bolos.
  • He aprendido que los hámsters pueden comer comida que está dentro de una bolsa de papel.
  • He aprendido que las pilas explotan cuando se dejan caer de un puente.
  • He aprendido que si uno no le da de comer a un pájaro por lo menos una vez por semana, se muere.
  • He aprendido a detenerme en las esquinas cuando monto en bicicleta, porque una vez fui a parar a diez centímetros de un automóvil.

¡Algunas de esas valen la pena recordar!

Está bien, ahora permítame continuar con mi montón de lecciones de la vida.

He aprendido que la percepción le hace sombra a la realidad.
Detesto eso, pero es un hecho. La forma en que las personas perciben las cosas, es, para ellas, más convincente que una camionada de evidencia. Desdichadamente, la mayoría sacan sus opiniones del arroyuelo de la percepción en lugar de sacarlas del profundo pozo de la verdad. Hallo eso extraño y desalentador.

He aprendido que el tiempo que se pasa con la familia es buena inversión.
Mientras más envejezco, más atesoro las charlas con mi esposa temprano en la mañana; la amistad, cariño y consejo de nuestros «niños» ahora ya crecidos; la aceptación, abrazos y besos de los nietos que me llaman con un apodo cariñoso. Dios hizo algo triunfador cuando concibió la idea de mamás, papás, hijos y los hijos de éstos. Mi casa es todavía mi lugar más favorito de todos en donde estar.

He aprendido que la gracia vale el riesgo.
Lo sé, lo sé; reglas, regulaciones, normas y procedimientos son límites útiles, y también necesarios, a veces. Pero la libertad de vivir por gracia es todavía el estilo de vida que se debe procurar. La gracia alivia la culpa y quita la vergüenza. La gracia sonríe, Quedas perdonado. La gracia me ayuda a cantar y a brincar por la vida sin mayor preocupación. También me recuerda a dejar a otros libres de las expectativas. Pero, ¿no se van a aprovecharse algunos de eso? Ni lo dude. Con todo, vale la pena.

He aprendido a dejar de decir “nunca” o “siempre” cuando se trata del futuro.
El cambio sucede. Los desvíos y curvas inesperadas, callejones sin salida y tranquilas áreas de descanso son parte de esta jornada llamada vida. Su mapa puede parecer infalible e indeleble. No se engañe. El Señor se reserva el derecho de hacer reimpresiones.

He aprendido que pensar teológicamente resulta, en grande.
Me llevó años dejar de reaccionar según mis emociones y dejar que Dios sea Dios. Siendo soberano, Él tiene un plan que se está cumpliendo nos guste o no . . . lo entendamos o no. Cuando interpreto mis circunstancias con esto en mente, la paz y la calma tiene lugar, reemplazando al pánico y a las quejas.

He aprendido que algunas cosas bien valen el esfuerzo.
No la mayoría de las cosas. A menudo, no son cosas grandes y audaces, sino cosas intangibles, como decir la verdad, y admitir ineptitud, y hacer énfasis en la calidad, y pedir ayuda, y expresar gratitud, y decir: “Lo lamento”; y ser generoso, y estudiar duro, y demostrar afecto, y adorar a Dios.

He aprendido a dar crédito a quien se debe darlo.
A nosotros, los pastores, a menudo se nos da crédito cuando debemos pasarlo a la persona o personas que lo merecen. Damos enorme estímulo a nuestros subalternos y miembros de la congregación cuando les reconocemos en público, y esa afirmación los motiva para usar sus talentos incluso más. También, nuestras familias (y pienso de manera especial en mi esposa, Cynthia) merecen mucho del crédito de cualquier éxito en el ministerio de que disfrutamos.

Finalmente, he aprendido que nada es mejor que divertirse.
Las personas que se relajan y rehúsan tomarse a sí mismas demasiado en serio son contagiosas. Es más fácil llevarse bien con ellas que con aquellas que parecen estar conteniendo la respiración debajo del agua. Uno de mis grandes objetivos para el futuro es divertirme más, ser menos intenso, y reírme más fuerte y más a menudo. No puedo pensar de muchas cosas peores que convertirme en un viejo gruñón, enfurruñado, esgrimiendo a diestra y siniestra una Biblia gruesa, y gritándole a la gente desde el púlpito. Jesús no hizo eso; y tampoco debo hacerlo.

—Chuck