He estado en el ministerio largo tiempo; casi cincuenta años (¿puede ser eso verdad?). En estas cinco décadas de servir en las trincheras he aprendido unas cuantas verdades valiosas, la mayoría de ellas por la vía dura. Y, francamente, no canjearía la verdad por la juventud ni por ninguna otra cosa. Lo digo en serio.

Lo que es más, todavía estoy en una curva de aprendizaje. Me alegro de que las lecciones no se detengan cuando uno cumple 45 años, o 74, o cuando uno tiene el último hijo, o cuando uno predicó el quincuagésimo sermón de resurrección.

Se me ocurrió que han habido algunas cosas bastante importantes que he aprendido en estos muchos años. (En cuanto a las cosas que no he aprendido, tendrá que preguntárselo a mi esposa. Pero no vamos a hablar de eso aquí). Quiero compartir, sin ningún orden en particular, una muestra de mi creciente montón de lecciones que he estado acumulando por décadas. Voy a darle la primera mitad esta semana, y el resto la próxima.

He aprendido que debo decirles a las personas mi cariño ahora, no más tarde.
El más tarde rara vez viene. Es más, la muerte tiene su manera de hacer toda la comunicación unilateral. Muchas veces al alejarme de un funeral, he deseado haberle dicho al fallecido por qué le admiraba, o lo que apreciaba de él o ella, y como me ayudaron.

He aprendido que algunas cosas de las que ni siquiera me doy cuenta, se toman en cuenta y recuerdan.
Usted ni creería las cosas que algunos han mencionado con el correr de los años que les han animado. Una sonrisa, una mirada, un brazo sobre el hombro, un canto entonado en voz alta, una lágrima, risa. En realidad es verdad; las cosas pequeñas significan mucho, lo que bien puede asustar un poco.

He aprendido que ser real es mucho mejor que parecer santo.
Uno no tiene que preocuparse por dar una buena impresión. Uno no tiene que vivir bajo un montón de culpa debido a que uno no es perfecto. La autenticidad le impide que se saquen al sol sus trapos sucios por las minucias que los legalistas esperan. Buscar la santidad es bíblico y correcto. El esfuerzo por parece santo, apesta.

He aprendido que cuando uno “encaja,” la mayoría de cosas fluyen; no hay que forzarlas.
Aprendí eso en mis veintitrés años de pastorado en California. Desde el día en que entré en las vidas de ese rebaño me sentí en casa. No tuve que fingir ni parecer entusiasmado cuando no lo estaba, ni esconder mi opinión o estilo. Encajé, desde el principio. Es lo mismo en la iglesia en que sirvo al presente como pastor principal. No puedo recordar ni un solo caso en que haya tenido que obligar a alguien a trabajar.

He aprendido que de nada sirve obligar a alguien a decidirse a favor o en contra de una decisión grande.
Tenemos que dejar que las personas sean personas. Empujar y halar produce complicaciones y consecuencias. Mirando hacia atrás, puedo recordar unas cuantas ocasiones en que apliqué presión sobre algunos individuos para lograr que ellos dijeran que sí o que no, e invariablemente, lo lamenté. El antiguo canto todavía es verdad: Dios todavía dirige a sus hijos. He aprendido a hacerme a un lado y dejarle las cosas a Él.

He aprendido que los días de mantenimiento son muchos más en número que los días de magnificencia.
Más de la mitad de cualquier trabajo es simplemente asomarse. Ser fiel paga grandes dividendos. Hacer imponentes castillos en el aire tiene lugar en el vacío. Y responder “¡Fantástico!” cada vez que alguien le pregunta cómo le va, es una farsa. La mayoría de días exigen muy poco por encima de la disciplina de mantenerse en el grupo.

He aprendido que algunos nunca cambiarán, pase lo que pase.
¡Esto solía sacarme de quicio! Ya no. Fue un momento grandioso en mi vida cuando me di cuenta de que no podía ganarlos a todos; a decir verdad, ni siquiera puedo arreglar a los que desean que yo los cambiara. Así, aprendí a tomar las cosas menos en serio. Es trabajo a tiempo completo simplemente atender los troncos en mis propios ojos.

He aprendido que rara vez me siento mal por cosas que no dije.
Este asunto de la lengua, ¡ay! Los predicadores podemos ser los peores, pensando que todos deben oír nuestra sabiduría. Por favor. Ocasionalmente he demostrado dominio propio nada usual y me he mordido la lengua. Más tarde me alegré de haberlo hecho. Hablar demasiado nunca es sabio. Y quiero decir nunca.

Este es un buen punto para detenerme por ahora.

—Chuck