Elí fue un gran predicador, un sacerdote experimentado. Como sumo sacerdote, él era responsable de entrar una vez al año al Lugar Santísimo para ofrecer un sacrificio para el perdón de los pecados de la nación. Nadie más tenía ese privilegio. Él juzgaba, él instruía a la gente en los asuntos de la adoración, él daba consejos, él consagró su vida entera para servir en el tabernáculo de Dios, ministrando a las necesidades del pueblo de Dios. Sin embargo, él fue un padre pasivo e inactivo quien consentía a sus hijos (1 Samuel 3:1-18). ¡Y vaya que sus hijos eran unos malvados!

De acuerdo a la ley de Moisés, los sacerdotes debían quemar la grosura de la carne como una ofrenda y tomar todo aquello que no se quemara del altar. De esta manera, ellos recibirían lo que Dios proveyera para ellos. Pero los inútiles hijos de Elí rechazaban las instrucciones de Dios y reservaban para ellos los mejores cortes de carne para su mesa.

Junto con su audaz falta de respeto por los sacrificios de Dios, ellos eran hombres perversos quienes se aprovechaban sexualmente de las mujeres que venían al templo para adorar. Y lo hacían sin vergüenza alguna dentro de los espacios sagrados de la casa de Dios. ¡Y Elí lo sabía muy bien!

Usted pensaría que un hombre de Dios tan íntegro como Elí se hubiese indignado. Recuerde, él también servía como juez de Israel, lo cual significaba que era su responsabilidad llevar acabo la justicia de Dios. Estos hijos rebeldes de lujuria desvergonzada debían haber sido llevados hasta las afueras del pueblo para morir apedreados. En vez de esto, lo único que recibieron fue un leve regaño. Que patético, ¿no le parece?

Dios ha preservado estas historias para dejarnos lecciones perdurables. Por favor padres, ¡escuchen bien! ¡Presten atención! He notado que la parálisis del liderazgo de Elí no es poco común…aún entre quienes se encuentran en el ministerio. Como un padre cuya vocación es el servicio al Señor, he procurado intencionalmente evitar el fracaso de Elí. Muy a menudo me recuerdo a mí mismo que la pasividad es un enemigo. Le animo a que usted haga lo mismo.

Cada uno de nosotros debemos reconocer que nuestra familia puede muy fácilmente terminar siendo como la de Elí. Admitámoslo, cualquier familia puede desintegrarse: la familia de un anciano-líder, la familia de un pastor, la familia de un evangelista, la familia de un misionero y aun la familia cuyo padre camina de cerca con Dios y fielmente vierte su corazón en su congregación. Y eso incluye a su familia.

Por favor, mi amigo, no sea pasivo. La pasividad es nuestro enemigo.

—Chuck